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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

miércoles, 28 de abril de 2010

fragmento

- Monos. Auténticos monos. Ni tan siquiera me hizo falta reflexionar. Solo echar un simple vistazo a mi alrededor, lo vi. Vi cada clan, cada macho alfa, cada hembra en celo. Lo vi todo, doctor.

- ¿Qué fue lo que vio exactamente, señor Arscroft?

- El puro animalismo de la raza humana. Como psiquiatra, habrá estudiado sobre los comportamientos del ser humano.

- En efecto.

- Y supongo que encontrará similitudes con el comportamiento de otros animales. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos como cualquier ser vivo, si. Pero también emigramos hacia lugares cálidos, cortejamos a la hembra, cuidamos de nuestras crías y demás.

- Así es. A pesar de nuestra psique, seguimos teniendo instintos, al igual que el resto de los animales.

- Si. Ahora cierre los ojos. Imagínese una comunidad de chimpancés de unos trescientos o cuatrocientos miembros. ¿Lo tiene? Bien, ahora imagínese que los chimpancés son capaces de desarrollar una sociedad, aunque esta sea completamente anárquica…

- De hecho, los chimpancés…

- Lo sé, doctor, lo sé. Bien, ahora póngales ropa, y distribúyalos aleatoriamente por una zona de bares de su ciudad. Déles medios para conseguir drogas. Imagínese lo que quiera, sintetizadas, setas, hierba, alcohol… Cualquier cosa que pueda alterar la percepción, o la capacidad cerebral. Una vez hecho esto, déjelos actuar a su libre albedrío, permítales realizar todo tipo de deseo o instinto que atraviese su mente. ¿Qué se imagina, doctor?

- Hm… Es harto difícil de imaginar… Sin embargo, aprecio por donde quiere llevar su razonamiento. Pero tenga en cuenta que el ser humano no es como los chimpancés, posee una psique superior a sus instintos, que es capaz de reprimirlos e incluso anularlos.

- Sin embargo, existen sustancias, legales o no, que nos permiten reprimir la psique y dejar que nuestros instintos fluyan.

- Si… Así es. En un estado cerebral alterado por un estupefaciente, el individuo comienza a comportarse guiado por sus instintos.

- Bien. Doctor… ¿Me está usted dando la razón como a los locos? ¿O de verdad hemos llegado a un acuerdo?

- No, por supuesto que no. Usted tiene gran parte de razón, si no toda.

- De acuerdo… Entonces, por favor, ¿sería usted tan amable de explicarme que demonios hago hablando con un psiquiatra, si mi supuesto delito es haber matado a diez putos chimpancés?