Fue en una ciudad con mar, una noche, aunque no había ningún concierto. Ella reinaba en el bar de siempre, y solo se le ocurre preguntarme si le saco una foto. Y, de repente, me caigo en un agujero negro de poesía Bukowskiana y de un tropiezo me encuentro escribiendo gilipolleces en un folio en blanco. ¿Por qué? Por sabinera.
Ya puedes ser morfinómano en China, desertor en la guerra o pianista en un burdel, que no vas a conocer a otra mujer que camine con tanto estilo por el bulevar de los sueños rotos como lo hace ella. Y ni se te ocurra decir que su boca es tuya porque ya le han contando las cien mentiras que necesitaba para dejar de ser una princesa a la que le ladran los perros. Por su parte, quinientas noches son pocas para salir con Satán y echarle huevos a la vida. Los diecinueve días que faltan me los quedo yo para hincharme a whisky sin soda y beber hasta perder el control para dejar de pensar en ella.
A ver si le gusta esta baladita, le robo una sonrisa, y si tal le escribo un blues. ¿Qué no le gusta? Será que no es la canción más hermosa del mundo y me sobrarán motivos para liarme a pedradas con alguna sucursal del Hispano Americano. Así que, aunque me sienta como un pato en el Manzanares te escribo ahora que es Febrero, no vaya a ser que te roben los abriles y te quedes sin escuchar las tonterías que este canalla tiene pa cantarte a lo Sabina al oído.
me flipa mucho como escribes, tengo envidia de esa chica
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