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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Sin título

Si no fuera porque hice colocado el viaje por su espalda la noche pasada, diría que no me queda un rincón de ella por exprimir sin que me dé calambre. Déjala que salte y que ría, que es malo matar tanta vida, y entre risa y risa deja que eche una mirada furtiva hacia mi sonrisa, luego a mi ojo derecho, luego al izquierdo, al derecho, al izquierdo otra vez. Y si se duerme, que duerma, que ya me quedo yo despierto por si hace alguna avería, que la hará, porque no se para ni soñando.

Y luego entre sueños que se mire por dentro, y que se diga “¡guapa!”, pa que la miren por fuera y le digan “¡guapa!” y ella piense “¿guapa?”, que las realidades del alma serán más peligrosas que las del cuerpo, pero también son más poderosas. Debería quejarse de oído, que aunque lo tenga muy bueno parece que no escucha las verdades octavadas. Aun así, oye, algo malo tenía que tener ¿no? Aunque sea el oído selectivo pa no creerse los piropos. Pero bueno, déjala que salte, que baile, que cante o que susurre con ese hilo de voz que solo ella sabe poner, y si tal puedes putearla un poco haciéndole cosquillas, que, ten por seguro que parecerá un ángel riendo.

Ya dijo el señor Iniesta que hay que empezar a cantar cosas que empiecen por “sí”, y no por “no”. Y si hay que cantar que sea en do# menor, que aunque suene triste los sostenidos siempre le alegran la vida a uno. Yo mientras tanto, como no se hacer otra cosa, pues tarareo “claro de luna”, que ya vendrán sus manos a enseñarme a tocar. Y yo a cambio le tocaré la cabeza, que no es mucho, pero basta para que duerma bien, y lo agradece.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Sexo sin amor

Creo que tus párpados me vieron
y dijeron a tus ojos que mirasen.
Creo que mis ojos te vieron
Y le dijeron al corazón que no latiese
Y a mi cerebro que dejase de pensar.
En un segundo el mundo fue silencio
Hasta que volvimos a parpadear.
A partir de este momento se hizo de día
Y ya no pude volver a dormir con la luz apagada.
Sigue mirándome que quiero caerme.
Quiero ver si tu alma está tan estropeada como la mía
Y podemos echarnos a perder un poco más,
Porque acabo de darme cuenta
De que eres la mujer perfecta para deshacerme la cama.

Piterpan

Llévame de la mano a Nunca Jamás
A buscar un alba en tus ojos,
A volver a ser un niño sin complejos.
Abrázame y hazme
Encontrar la paz
Otra vez.
Tú. Sí, es a ti,
A quien miro cuando no veo,
A quien siento, deseo, padezco,
Sufro, lloro, espero, demuestro.
Es a ti a quien me bebo cada sábado
Buscando cuatro horas de tus besos,
A cambio de domingos de ibuprofeno.
Te lo digo a ti, y nunca estás
Porque no existes
Y si existieses existirías solo en matrix,
Porque has soltado mi mano
(Si es que alguna vez la cogiste)
Porque has soltado mi mano
y te has ido a Nunca Jamás.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La Duquesa pt.2

- ¿Ersebeth?- repitió Alicia. – ¡Qué nombre tan peculiar!

- ¡Sí! No soy de aquí, ¿sabes? Vine desde Centroeuropa hace años-. La niña miró hacia la mesita de noche donde descansaba la bandeja.

-¿No has comido nada? ¡Estarás hambrienta! Ven conmigo- dijo mientras arrastraba a Alicia de la mano.

- ¡Vale, vale, ya voy!- Rió la joven ante la insistencia de la niña. Se puso los zapatos negros que Ersebeth había comprado para ella y siguió a la niña.

La mansión parecía salida de un cuento de hadas: un enorme pasillo se abría ante ella, con puertas a los laterales que supuso serían más dormitorios. Al pasar junto a una de ellas, algo más pequeña, la pequeña le indicó la situación de uno de los cuatro baños de la planta. Al final del pasillo llegaron a un enorme hall con unas escaleras dignas del Palacio de Buckingham, finamente esculpidas en mármol blanco. La elaborada estatua de un niño abrazando a un cordero decoraba el final de la escalera en su planta. En la planta baja, la escultura de una bella mujer enredada en una serpiente daba la bienvenida a quien subía hacia el piso en el que se encontraban.

Cuando llegó abajo, no salió de su asombro. Enormes cortinas de terciopelo rojo colgaban de ventanales góticos, proyectando su reflejo contra el suelo de mármol blanco. En el techo una gigantesca lámpara de araña amenazaba con desplomar el techo debido al peso del oro que contenía. Giraron hacia la derecha para entrar en un comedor acorde con el tamaño de la casa. En sus paredes colgaban numerosos cuadros de bellas mujeres. Una larga mesa ocupaba el centro de la sala, con tanta comida que habría proporcionado sustento a todo Cheshire. Presidiendo todo aquel derroche de lujo y ostentosidad, un majestuoso cuadro de un varón joven colgaba de la pared tras un trono de caoba.

Alicia detuvo la mirada en aquel cuadro. Representaba a un joven de unos treinta años, de pelo corto y negro. En su cara, asomaba una barba de pocos días, desarreglada pero atractiva, y en su mano portaba una rama de castaño que utilizaba a modo de cayado. Estaba semidesnudo, con su definido cuerpo tapado tan solo por una piel grisácea en la que se dibujaban extrañas formas. El fondo lo rellenaba una geografía paradisíaca que nunca había visto. Era perfecto. No la perfección que se podría esperar de un cuadro pintado. Simplemente, perfecto. Cada detalle de la piel, cada arruga de cara árbol, cada detalle de las nubes parecía estar extraído de la misma realidad. Y la mirada… Aquella mirada evocaba el fuego más ardiente que había llegado a sentir. El brillo de aquellos ojos la dejó encandilada, sumisa, como una fuerza que la atraía hacia ellos, hasta que notó que le tiraban de la falda.

- ¡Venga! ¿No tienes hambre? ¡Come lo que quieras! Ahora bajarán los demás, se alegrarán de verte sana y salva –sonrió Ersebeth.

-¿Los demás? –preguntó Alicia.

-¡Claro! ¿Creías que vivía yo sola aquí? Estarán a punto de bajar.

-¿Él también bajará?-dijo, mirando de nuevo el cuadro.

-No. Él sólo sale por la noche. No le gusta la luz. Por eso tiene ventanas tan grandes, para que nosotros la podamos disfrutar.

-¿Quién es?

-Es mi papá.

-¿Cómo se llama? –preguntó intrigada Alicia.

-Tiene muchos nombres. Él te dirá como debes llamarle. –Ersebeth se acercó a Alicia, como para contarle un secreto. –Es una persona muy importante. Ven, este es tu sitio.

Ersebeth acompañó a Alicia hasta una de las sillas dispuestas a la mesa. Apenas se había sentado, comenzó a entrar gente en la sala. Alicia se levantó con educación. La primera mujer en entrar, una bella joven que contaría los treinta, hizo un ademán con su mano para que se sentase.

-Tranquila, pequeña. Dejemos las cortesías para cuando hayas llenado el estómago.

Acto seguido se dirigió al cabecero de la mesa y se sentó a la izquierda del trono.

-Me llamo Alicia… Muchas gracias por cuidar de mí mientras… -La mujer la cortó llevándose el dedo a los labios. -Come, pequeña. Debes reponer fuerzas. –Su mirada era cálida y amable, casi como la de una madre observando dormir a un hijo. –Buenos días, Ersebeth. ¿Has dormido bien?

-Muy bien, mamá. –sonrió la niña. –Le ha gustado mucho la ropa que le he elegido ¿Verdad que le queda bien?

-Sí, cariño, tienes muy buen ojo. Pero deja comer a nuestra invitada.

Poco a poco, cada silla fue ocupada por una persona, hasta un total de siete sin incluirla a ella.

martes, 13 de diciembre de 2011

La Duquesa pt.1

No recordada cuanto tiempo había estado inconsciente. La pérdida de sangre y la experiencia tan cercana a la muerte que acababa de sufrir habían dejado a Alicia agotada. Cuando recuperó el conocimiento, estaba en una mullida cama, con sábanas de lo que parecía raso negro, suaves como la seda. Sobre ella, un cubrecama de plumas aliviaba sus temblores, fruto del frío que había pasado a la intemperie. A su alrededor, una enorme habitación aparecía en penumbra, iluminada levemente por la luz de la Luna, que se colaba por la ventana a través de unos visillos de gasa.

Apenas recordaba vagamente cómo había escapado. Tras el encuentro con Hatta, se había arrastrado malherida hasta el otro extremo del claro, buscando el camino de baldosas de ajedrez. Al llegar al extremo donde comenzaba el bosque, creía haber visto una extraña sombra rondando a su alrededor, posiblemente producto de su delirio tras la sobredosis de mercurio y el esfuerzo de su fuga. Recordaba, entre mareos, haberse escondido en un pequeño tocón de árbol. Pero no tenía ni la más remota idea de donde se hallaba ahora mismo.

Se incorporó sobre la cama, y notó que un aparatoso vendaje le apretaba alrededor de su torso desnudo. A los lados de la cama, sendos candelabros reposaban en sus respectivas mesillas de noche, apagados. En la mesilla derecha vislumbró una bandeja de plata con lo que parecía ser una taza y unos bollitos. Su primer impulso fue lanzarse a por aquel suculento manjar, pero la experiencia le había enseñado duramente a no fiarse de nada de lo que viese en aquel extraño lugar. Pese a que no sabía si aún seguía en aquel bosque y que la habitación era de lo más acogedora, decidió aguantar el hambre, al menos hasta que tuviese contacto con alguien.

Se levantó de la cama y cuando sus ojos se acostumbraron por competo a la luz, comenzó a caminar por la habitación. Era un cuarto de corte victoriano, de techo alto y elaborada marquetería. La decoración parecía una réplica a tamaño real de los muebles que su madre guardaba en la antigua casita de muñecas que su abuelo le había construido. En las paredes, aparecían mujeres vestidas con elegantes ropas de época y una pose prepotente que parecía escaparse del cuadro. Al fondo vio una pequeña mesa redonda, como de café, con cuatro sillas de elaborada carpintería a su alrededor. Sobre ella, un precioso vestido azul cielo y un mandilón blanco parecían esperarle pacientemente. Poco a poco, la luz del alba comenzó a iluminar la habitación, mostrándole todo su esplendor decimonónico: los colores apagados de la noche empezaron a dar paso a brillos dorados y rojos que abrumaban el cuarto. Las sábanas se mostraron ahora de un bellísimo color rojo pasión, así como la moqueta que cubría el suelo y parte de la pared. El techo descubría la inusitada belleza de un fresco en el que varios querubines jugueteaban entre las nubes. Del centro de la sala colgaba una majestuosa lámpara de araña con ocho brazos de los que colgaban miles de brillantes perlas de cristal milimétricamente pulido. Se acercó a la mesa y comenzó a retirarse la venda para vestirse. Cuando buscó su herida, se sorprendió al encontrar en su lugar tres enormes cicatrices. Decidió vestirse rápidamente cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta.

El pomo giró suavemente, emitiendo un suave ruido de muelles mientras lo hacía. Poco a poco, una pequeña cabeza asomó por la ranura, dejando entrever una larga melena rubia que dirigía su mirada hacia la cama donde había estado diez minutos antes. Cuando giró la cabeza, vio a una hermosa niña de ojos grises y mejillas rojizas con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.

- ¡Te has despertado!- exclamó jovial. -¡Fantástico! -. La pequeña, de unos diez años, entró en la habitación corriendo y saltando. El vestido negro y el delantal blanco bailaban al compás de los saltos de la niña. -¿Qué tal te encuentras?

- Bien… Creo…- sonrió Alicia. – ¿Me has dejado tú esta ropa?

-Sí. ¡A que es bonita! La he elegido yo. ¡Te queda muy bien! ¿Te gusta?

- Me encanta, eres muy amable. – Alicia se agachó hasta su altura. Parecía que las cosas tornaban a mejor. –Me llamo Alicia, ¿y tú?

La niña agarró su falda e hizo una majestuosa reverencia.
– Me llamo Bathory. Ersebeth Bathory.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Déjate llevar

Déjate llevar, y volemos hasta un cuarto piso sin ascensor
Para vibrar, sudar, gritar como si no hubiera mañana,
que parezca que tropieza Atlas
y que el mundo se para
fuera de la habitación no queda nada.
No han puesto las calles así que no las busques
No encontrarás nada más allá del alféizar
Deja que la noche alumbre,
Que tus sueños se nublen
Y tus pesadillas se vayan.
Inventa un mapa de Coruña en mi espalda con tus uñas
Y enfríalo en cera caliente y prepárate,
Porque vamos a hacer tantas cosas
Que mañana te dará vergüenza mirarte al espejo.
Yo tengo un pasado, tú buscas un futuro.
Déjame esta noche ser parte de tu presente
Y te prometo que mañana duermes sola.
Déjame hacerte perder los pantalones y la cabeza,
Ya los buscarás mañana
Tirados en alguna esquina con mis cicatrices,
Hoy no tienes prisa así que hipnotízame.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Podría...

Podría decirte tantas cosas bonitas
que mejor me limitaré a follarte
hasta que te sangre el alma,
y ya hablaremos del amor con calma
cuando tenga fuerzas pa mirarte
y le pidamos disculpas a Afrodita.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sucio

Luna, dile al día
que no me deje llegar borracho,
Que me pongo bukovskiano y no sé lo que escribo
Y desvarío en remolinos
De sábanas frías.

Luna, dile al día
Que me perdone por no mirarle
Por no abrirle la ventana de mis suicidios
De versos prohibidos
Y camas vacías.

Luna, dile al día
Que se invite a una noche
Para hablar con los fantasmas de mi armario
De amor y odio
Y voces dormidas.

Luna, dile al día
Que hoy me limpie la casa
De telarañas creadas por un mundo ficticio
De un cerebro destruido
Que no ve la alegría.

martes, 8 de noviembre de 2011

El Galimatazo pt.2

- Tranquila. Jabberwock me ha hablado. No te haré demasiado daño- Su extraño tartamudeo había desaparecido por completo. Su voz sonaba áspera, dura, nada que ver con el timbre que había utilizado minutos antes. Era como si otra persona se hubiese apoderado de su cuerpo. Deslizó su mano por la pierna desnuda de Alicia, desde su pie. Recorrió el tobillo de Alicia hasta llegar a la rodilla, y se dio cuenta de algo extraño: aquellas manos, acostumbradas a tratar y curtir la piel de los animales, eran suaves como el terciopelo, lejos de ser callosas y rudas.

Al llegar a su rodilla, Hatta detuvo su mano y la examinó detenidamente. Se inclinó sobre su pierna hasta que pudo sentir su respiración, cálida y lenta. Inclinó la cabeza mirando el perfil de su muslo, como buscando algún tipo de irregularidad. Esbozó una sonrisa y retiró una mota de polvo que se había posado sobre su tersa piel. Se levantó de nuevo y deslizó la punta del cuchillo por la piel de Alicia, desde su ombligo hasta su cuello. El corazón de Alicia se aceleró y la camilla metálica comenzó a empañarse. Hatta observaba el recorrido del cuchillo sobre su piel totalmente embelesado, como si estuviese disfrutando de la más bella obra de arte. La punta del cuchillo, helada como un témpano de hielo, casi llegaba a cortar de frío sobre su piel caliente. Sobre la frente de Alicia comenzaban a aparecer pequeñas perlas de sudor. No entendía por qué, pero poco a poco, con cada movimiento del cuchillo, parecía relajarse más y más. Había algo mágico en aquel filo que recorría su piel, erizando el vello de su nuca cada vez que cambiaba de dirección. Al final se dio por vencida y paró de moverse, dejándose llevar por el contacto electrizante que aquella hoja transmitía.

Alicia cerró los ojos. En el infinito negro que se abría ante sí, su sentido del tacto se acentuaba, su oído se afinó tanto que el leve susurro de la respiración de Hatta sonaba como si resoplase en su oído. ¿Qué le estaba pasando? Unos minutos antes, luchaba por escapar de la camilla a la que le había amarrado el hombre al que ahora deseaba lascivamente. Tenía algo… Algo indescriptible. Una sensación que nunca antes había sentido. Se sentía sumisa, dominada, con su cuerpo desnudo encadenado y a disposición total de un completo desconocido… De pronto, dejó de sentir el frío tacto del cuchillo, y sintió una cálida lengua bífida resbalar por su cuello. La respiración de Hatta era acompasada, lenta, relajante. Se deslizó por su nuez hasta el borde de su cara, y poco a poco se fue acercando hasta su boca. El contacto de sus labios fue como un veneno de sabor agridulce. El beso, tan apasionado que cuando Hatta se apartó, Alicia buscó sus labios de nuevo. Solo encontró su mejilla, ya que su captor había desplazado su boca hasta su oreja derecha.

- Tú serás mi obra maestra. – susurró. Su aliento fue su primera puñalada, directa, sin dilación, hacia su columna vertebral, recorriéndola de arriba abajo en forma de escalofrío. Alicia le deseó como no había deseado a nadie nunca. Deseó su cuerpo y su alma desde lo más profundo de su ser. Necesitaba aquellas aterciopeladas manos recorriendo su cuerpo, acariciando cada centímetro de su piel pálida y caliente, y allí estaban, recorriendo su vientre y su pecho con la misma delicadeza con la que un escultor retira el polvo de mármol de su reciente obra. La lengua y las manos de Hatta se habían convertido en instrumentos de precisión del placer, en los que cada movimiento, por milimétrico que fuese, parecía arrastrarla hacia el clímax a pasos agigantados. Pero entonces ocurrió algo inesperado.

- Parece que te lo estás pasando bien…- notó un susurro en su oído izquierdo, seguida de un ronroneo. –Espero que yo también pueda jugar. – dijo una voz que reconoció al instante, y sintió como otras dos manos se deslizaban sobre su piel. Eran algo más duras que las de su secuestrador, pero la acariciaban suavemente, como un gato se frota en las piernas de su dueño. Hatta no parecía percatarse de la presencia de aquel extraño. En vez de eso, recorría suavemente el pecho de Alicia, olisqueando y lamiendo donde parecía haber un lunar o una peca. Una lengua, áspera y felina, ascendió por su pierna muy lentamente, desde su tobillo izquierdo, rozando el interior de su muslo para deslizarse hasta su ombligo. Sintió una pequeña punzada y una sensación parecida a la que el cuchillo le había transmitido, pero esta vez eran dos afilados colmillos los que arañaban suavemente su piel. Las dos pequeñas dagas fueron descendiendo cada vez más abajo, hasta que un estremecimiento arremetió en el bajo vientre de Alicia. Las manos de terciopelo parecían no inmutarse de lo que estaba ocurriendo sobre su lienzo en blanco, ya que ahora acariciaban su cuello y su pelo. En pleno éxtasis, una sacudida de dolor y placer se extendió por todo su cuerpo desde su costado izquierdo, seguida de un cálido líquido que resbalaba hacia la camilla. El sombrerero vio como, de la nada, tres profundas puñaladas surcaban el costado de su presa. Alicia abrió los ojos de golpe, sorprendida por un grito estremecedor:

- ¡¡Tú!! ¿Qué has hecho??- la voz de Hatta era como un huracán soplando con toda su fuerza.

Alicia levantó la cabeza, y lentamente vio como aparecía de la nada la silueta de aquel hombre-gato. Primero sus ojos, luego las rayas de su piel, por último su cuerpo. Su mano derecha estaba ensangrentada. Soltó un bufido cuando Hatta le descubrió y de un rápido movimiento salió por la ventana. Mientras aparecía, a Alicia le pareció que le guiñaba uno de sus ojos amarillos mientras se relamía. Y luego llegó el dolor.

Un dolor infernal que le abrasaba el vientre y el pecho impidió a Alicia ver cómo Hatta corría tras el gato, maldiciendo y gritando en algún idioma olvidado. Mientras se retorcía de dolor, el sombrerero se acercó a ella, y la liberó de la camilla. Agarrándola duramente por la muñeca y a empujones, la tiró al suelo desde la camilla, y la sacó a patadas al claro del bosque.

- Fuera de aquí, zorra. –dijo, mientras cerraba la puerta de la cabaña y la dejaba desnuda y malherida en mitad del claro.

martes, 27 de septiembre de 2011

El Galimatazo

Cuando recuperó de nuevo la consciencia, lo primero que notó fueron las cadenas que la aprisionaban. Su cuerpo desnudo se encontraba amarrado por correas de pies y manos a una fría camilla metálica. Intentó zafarse como pudo, en un bizarro y desesperado contorsionismo, pero no hubo manera. Podía sentir su propio sudor resbalar por su piel. Su respiración comenzaba a acelerarse, igual que su corazón, el cual parecía querer escaparse de su pecho. Al escuchar sus movimientos, Hatta entró en la habitación:

- Es un ataque de pánico, tranquilízaTACte o te desmayarás otra vez TAC.- dijo amablemente mientras ponía una bolsa de papel sobre su nariz y boca. –Si hiperTACventilas te mareTACarás. Respira aquí dentro.

Hatta tenía razón. A medida que respiraba en el interior de la bolsa, el ataque fue desvaneciéndose. Una vez recuperada, intentó hablar:

- ¿Vas a matarme?
- No depende de mí. – respondió Hatta, enfundado en su traje blanco. –Ahora no me molestes, tengo algo importante que hacer.- Se dirigió hacia el altar, y arrodillado abrió un libro ante él. Alicia aguzó el oído, y pudo escuchar una oración apenas audible.

Salve, Jabberwock.
Sireñor dos roaminos darcuros
Poesía da pasique ilerma
Lisucha as mias origarias
Y acepta meu poorilde orferenda.
Salve, Jabberwock.
Cerilatura da derte hurema
Sireñor da niche
Kinador da Mona Fuena
Príncipe do undramundo.
Salve, Jabberwock.
Archifice dos Muros,
Sirmo do Forque Turgal,
Mio sirmo, eu te conjuro,
Founte primania do aldo mal.

Terminada la oración, hizo una breve pausa. Se incorporó y cogió un pequeño cuenco de madera. Se acercó al altar y extendió una especie de polvo blanquecino en él. Luego alzó solemnemente su puño derecho con una pequeña cantidad de polvo, y prosiguió con aquella perturbadora oración, esta vez mucho más enfatizada:

Salve, Galimatazo.
Founte do wisdomiento primanio
Bobro ente os bobros.
Wisduría everna
A ti entruendo me
Spelabra do Goios huremo
Lisucha as mias prayarias.
Verbo do Jabberwock.
Amen…

Hecho esto, con un solemne movimiento, se acercó el puño a la cara e introdujo aquella sustancia en su boca.

-Vamos allá…

Cuando se dio la vuelta, tenía la cara completamente desencajada, los ojos abiertos de par en par, con una mirada que parecía capaz de observar el alma en los ojos a los que miraba. Alicia intentó zafarse, pero era inútil. Las correas de cuero le aprisionaban y abrazaban sus muñecas y tobillos. Estaba indefensa sobre una mesa de taxidermia ante un loco trajeado. Por un momento, deseó tener la misma fe que el taxidermista acababa de demostrar con su oración.

martes, 20 de septiembre de 2011

En el claro de la locura

Alicia comenzó a caminar en dirección a aquella pequeña chabola. A medida que se acercaba, empezó a distinguir las voces de dos personas, una cálida y suave, de varón. La otra, algo más aguda, parecía de un niño de diez años. Cuando se encontraba a unos veinte metros de la casa, paró en seco. Aquello que le había parecido una chabola de paja, no era sino una casita de ladrillo recubierta de parduzcas pieles de animales. Un fuerte olor invadió su sentido del olfato hasta casi entumecerlo. Era un olor que nunca había notado antes, rancio, fuerte y embriagador. Se llevó una mano a la nariz para evitar respirar aquella peste, y continuó acercándose. Al llegar junto a la casa, su olfato aún no se había acostumbrado a los vapores que desprendían las pieles.
En una mesa para cuatro comensales, con sus platos debidamente colocados, encontró a una liebre de color marrón tan alta como ella, bebiendo y riéndose junto a una peculiar figura humana. El hombre, que contaría unos treinta años, rellenaba una y otra vez las tazas de té dispuestas frente a ellos con un líquido humeante y verdoso. Un enorme sombrero de copa, doblado y achacado por la edad, coronaba su cabeza. Tardaron un buen rato en descubrir a la intrusa que les espiaba junto a la casa.
- ¡Vaya!,- dijo la liebre clavando sus enormes pupilas negras sobre Alicia -Parece que tenemos compañía.
- Hola…- respondió Alicia, sin acercarse. Ya le había bastado su encuentro anterior para saber que debía andarse con cuidado.
- Hola, pequeña… -el hombre se levantó. La longitud de sus escuálidas piernas casi igualaba la altura de Alicia. Se quitó el sombrero y realizó una exagerada reverencia. –Me llamo Hatta. ¿Cuál es vuestro nombre, pequeña?
- Me llamo Alicia.- musitó. El comportamiento del hombre no era demasiado estrambótico, salvo por su peculiar forma de saludar.
- Es un placer conocerle, Alicia. Por TAC favor, ¿gustaría de tomar una tacita de té junto con mi compañera y un servidor? Está recién hecho.- La liebre se levantó.
- Liebre de Marzo, para servirla.- Dijo mientras le dedicaba una enorme sonrisa.
- Bueno, la verdad es que yo…
- No aceptaré un no por resTACpuesta.- le cortó. Sin embargo, su voz sonaba amable y melódica, henchida de cortesía.
- Verá… Es que me he perdido y quisiera encontr…
- Por favor, pequeña, toma asiento, vamos. Estaré encantado de ayuTACdarte, pero podemos hablar de esto miTACentras tomamos una taza de té. No debes tener miedo.

Hatta estaba en lo cierto. Parecía un hombre de fiar, o al menos su amabilidad lo demostraba, aunque algo en su forma de hablar inquietaba a Alicia. Aun así, decidió sentarse.

- Y dime, pequeña… ¿De dónde eres?- Hatta vertió una abundante taza de la sustancia verdosa y se la pasó a Alicia. En pocos segundos pudo notar un agradable olor, en las antípodas del hedor que emanaba de la chabola.
- De Cheshire…
- ¡Eh! ¡De Cheshire!- gritó la liebre. –Yo tengo un tío en Cheshire, se llama Carlos. Trabaja en la panadería de la calle Ramón Varela. Bueno, no trabaja, es suya.
-¿En serio? ¡Mi madre suele comprar allí el pan!- Alicia no daba crédito. -¡Qué casualidad!
-Si… Bueno… El ministerio de Sanidad se la cerró hace dos semanas…

Se produjo un incómodo silencio. Los tres cogieron sus tazas y dieron un sorbo al humeante líquido. Alicia acercó la taza a su boca. El delicioso olor que emanaba de aquel brebaje dilató sus pupilas. Mojó sus labios suavemente, y un sabor anisado recorrió su lengua. El familiar icor de aquel “té” acabó revelándole que se trataba de alguna sustancia alcohólica. Su sospecha se confirmó cuando vio a la liebre beberse la taza de un trago y caer rendida sobre la mesa. Dio un trago, y tosió un par de veces.

- ¡Ey ey ey!, desTACpacio pequeña, que te TAC vas a atragantar…- Hatta le dio un par de palmadas en la espalda.
- Gracias…- carraspeó Alicia.
- Así que eres TACde Cheshire… ¿Y qué estás hacienTACdo por aquí?
- Ya te lo he dicho, me he perdido. Estaba siguiendo a un conejo blanco, y cuando lo perdí de vista un gato se lo había comido.- El conejo… Ese tacto… Suave, cálido… Algo se revolvió dentro de sí al recordarlo de nuevo.
- Un gaTACto, ¿eh…?- Hatta parecía pensativo. -¿Un gato alTACto, de piel atercioTACpelada? ¿Con TACunas exTACtrañas raTACyas en su piel?
- Si… Era muy raro… Y alto… Y guapo…- Alicia comenzó a sentir pesadez en sus párpados. Una pesadez que no podía soportar. Justo antes de quedarse dormida, descubrió algo que no había visto al llegar. A lo lejos, un manantial de color plata burbujeaba a la luz de la luna de otoño.



Se despertó atada a una vieja silla, debido al insoportable olor del cuero a medio curtir. Unos metros más allá, los huesos descarnados de la Liebre de Marzo yacían sobre una mesa de operaciones improvisada. A su alrededor pudo divisar decenas de criaturas disecadas, animales petrificados en un doloroso gesto de adoración hacia lo que parecía un altar de piedra con una figura deforme de vidrio relleno de mercurio. La voz de Hatta le sacó de su escrutinio por la habitación.

- La taxidermia… Un arte tan antiguo como la locura… TAC.

Entró en la habitación con la piel de la Liebre sobre el brazo, ataviado con un traje de corbata blanco, tan solo corrupto por algunas manchas rojas de lo que, presumiblemente, fueron las manos de la Liebre en un intento desesperado por librarse de su tormento. En su mano, brillaba un cuchillo de afilada hoja.

- Jabberwock estará orgulloso cuando acabe contigo… TAC. Descansa, Alicia, esta va a ser una noche muy larga, sobre todo para ti.

Hatta golpeó duramente el cuello de Alice, dejándola inconsciente.

Biopsia de un cerebro bajo tierra pt.2

El gato se levantó sobre sus patas traseras, revelando su altura real. Alicia levantó la vista hacia el extraño animal que ahora la miraba por encima del hombro. Sobre dos patas, aquella criatura parecía mucho más atlética y ancha que durante todo el tiempo que había permanecido agachado. Con un sutil movimiento, se apartó a la derecha del camino.

- Eso que te has comido...- musitó Alicia, tímidamente.
- ¿Si?
- ¿Era una liebre?
- Supongo que si. O un conejo, quién sabe. Ya te he dicho que era la hora del té.
- ¿Por qué te la has comido?
- Porque los gatos comemos liebres.
- Yo... Había... Había llegado hasta aquí siguiéndole...
- ¿Y pretendías continuar siguiendo a un conejo, y no perderte?- El gato esgrimió de nuevo su sarcástica sonrisa.
- Bueno... yo...
- Muy bien, muy bien -la cortó-. Si deseas seguir por el camino de baldosas de ajedrez, no seré yo quien te lo impida.- dijo mientras alzaba el brazo invitándola a proseguir. Su voz sonaba esta vez mucho más agradable.
- Bien, gracias- replicó Alicia. -¿Me dirás ahora tu nombre?
- Todo a su debido tiempo, Alicia...- contestó, mientras desaparecía en una neblina grisácea. Alicia sintió un escalofrío de miedo.
- ¡Cómo sabes mi nombre! ¡Espera!
- Sé muchas cosas sobre tí, Alicia.- la voz del gato volvió a sonar lasciva dentro de su cabeza. -Conoce el nombre de una persona, y conocerás toda su vida.
Alicia buscó al extraño gato con su mirada, pero era inútil. Se había volatilizado.

Miró de nuevo hacia el cadáver de la que había sido su guía hasta aquel fatídico encuentro. De la preciosa liebre de pelo blanco como la nieve no quedaba ya más que un amasijo de carne y vísceras. Sin embargo, algo dentro de ella, en lo más profundo de su ser, le empujaba a acercarse. Quería ver de cerca los restos del pobre animal. Quería tocarlos, sentir el calor de la carne recién muerta. La sangre arrollaba por el sombrero de la seta y goteaba en el suelo, formando un pequeño charco que crecía cada segundo con un ruido seco: chap, chap chap... Parecía que el encuentro con aquella depravada criatura había dejado en Alicia una impronta más fuerte de lo que creía.

Suavemente, extendió su mano izquierda hacia el desgarro que los colmillos del gato habían provocado en las tripas de la liebre. Poco a poco, cerró los ojos e introdujo sus dedos en aquel orificio, aún caliente. La sangre humedecía su mano, y un sinfín de sensaciones se extendían por los nervios de sus dedos hasta su cerebro, nuevas sensaciones que nunca antes había sentido inundaron sus neuronas en un torrente de suavidad, calidez y morbo. Abrió los ojos de golpe y sacó bruscamente su mano cuando se dio cuenta que le estaba gustando. Corrió a limpiarse la mano en una de las enormes hojas del suelo, y decidió seguir el camino de baldosas de ajedrez. Al hacerlo, le pareció escuchar una risa felina en el fondo de su cabeza.

Prosiguió su camino en silencio, mirando cada poco su mano izquierda intentando recordar aquel tacto desconocido para ella hasta el momento. Cuando se dió cuenta, había llegado hasta un enorme claro en el que se alzaba una pequeña choza de madera. En la lejanía, cerca de la choza, dos figuras se movían frenéticamente alrededor de lo que parecía una mesa. Apenas podía distinguirlas debido a su miopía, pero entornando los ojos consiguió discernir lo que parecía, esta vez si, una figura humana.


Próxima entrega: En el claro de la locura.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Biopsia de un cerebro bajo tierra

Caminó por aquel extraño bosque repleto de plantas que nunca había visto. Algunos de aquellos troncos tenían el perímetro de veinte hombres con los brazos abiertos. Majestuosos, los gigantescos árboles dejaban caer una suave lluvia de hojas marrones del tamaño de sus dos manos, creando una alfombra multitonal que crepitaba bajo sus pies descalzos. Allá en lo alto, altísimo, quién sabe cuántos pájaros se peleaban por colocar su nido. Los exóticos sonidos embelesaban su mente mientras caminaba por el pequeño sendero de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez. De vez en cuando, a los lados del camino, un seta asomaba su sombrero, aveces azulado, otras verdoso con tintes fucsias, algunas con esperpénticos dibujos de espirales y cuadrículas.

Unos pasos más adelante, Alicia se detuvo. Sobre uno de aquellos enormes hongos, un esquelético animal roía apaciblemente lo que antes, a su parecer, habría sido un conejo blanco.

- Hola. Le dijo el gato. Aquella palabra resonó en su cabeza chirriante como un pensamiento lascivo.
- Hola. -Masculló Alicia, inocente. -¿Qué estás comiendo?- fue lo único que acertó a decir.
- Liebre. Es la hora del té.

Los ojos amarillos del gato la examinaron detenidamente. La piel del gato parecía curtida, tersa y sin pelo, y unas excéntricas rayas negras se enroscaban como tentáculos a lo largo del escuálido cuerpo. Al moverse parecían bailar una danza que solo aquella criatura podía escuchar. En su oreja, un enorme aro plateado relucía a la luz de un opaco sol de otoño. Se relamió y dejó a un lado su merienda.

-No... no hace falta que dejes de comer por mí- dijo Alicia, alterada.
-Traquila, no se moverá de ahí. ¿Qué hace una joven como tú sola en este bosque?
- Me he perdido. ¿Podrías indicarme donde está la salida?
- Podría...- Los labios ensangrentados del gato se abrieron en una satírica sonrisa.
- Y... ¿Me lo vas a decir?
- Primero dime cómo te llamas.
- Julia...
- No tienes cara de llamarte Julia...- El gato se bajó de la seta de un salto, y comenzó a trazar círculos a su alrededor.
- Pues me llamo así. ¿Me vas a decir cómo salir de éste bosque?
- ¿No eres de por aquí, verdad?
- No, no lo soy...
- Entonces, ¿cómo sabes que estás perdida?
- Porque no se donde estoy.- Replicó, nerviosa.
- Estás en el bosque Turgal.
- ¿Dónde?
- En el bosque Turgal,- repitió el gato. -Ahora que sabes donde estás, ya no estarás perdida...
- Lo sigo estando porque no conozco la zona.
- ¿A dónde quieres ir?
- No se... Quiero salir del bosque.
- Entonces da igual hacia donde vayas, llegará un momento que se acabará el bosque y habrás salido.

Aquel animal comenzaba a exasperar a Alicia. Sus miradas, su demacrado aspecto, el hecho de que no parase de moverse, sus preguntas... Todo en sí le inquietaba, y a la vez le atraía. Un halo de misterio envolvía aquel lugar y a aquel espectro. El gato se sentó ante ella, cortándole el paso en el camino de ajedrez. Su mirada era fría, sin embargo parecía encerrar más calidez de la que desprendía su aspecto.

- Pero quiero salir por el camino.
- ¿Por qué?
- Porque supongo que llevará a algún sitio.
- Todos los caminos llevan a algún sitio, aunque seas tú la que empiece a marcarlo. ¿Porqué quieres salir del bosque?
- No lo se... Porque no se donde estoy.
- Si que lo sabes, te lo acabo de decir. Y también te he dicho donde está la salida del bosque. ¿Necesitas algo más?
- ¿Quién eres?
- La pregunta no es "quien eres", si no: "quién quieres creer que soy?". Quien soy es irrelevante. Lo que realmente te importa es quién soy para ti.
- Bien, pues ¿quién eres para mí?
- Un gato que habla.
- ¿Y puedo fiarme de un gato que habla?
- No lo sé, nunca he conocido a ninguno...

Café quemado

Café quemado
quemado del tiempo
ardiendo de vivir,
dulce de cama vacía,
oscuro de corazón roto.
Solo, con hielo,
en vaso, sin asa
para que no haya por donde cogerlo.
Aguado con el agua de mi destino,
frío, amargo, arenoso,
pintado de gris y ocre,
de marrones oscuros y negros.
Café quemado
como tus ojos,
ardientes de vivir,
de mirada dulce de noche vacía,
oscuros de corazón profundo,
solos, helados,
tan blanco su blanco
que el blanco les tiene envidia.
Tan marrón su marrón
que se esconden tras tu piel.
Aguados, en las lágrimas que,
una vez, congeló el tiempo.
Fríos, amargos, arenosos
pintan el mundo de gris y de negro.
Café quemado,
café en silencio.

martes, 6 de septiembre de 2011

Diabetes galopante

El amor está muerto, viva el superego.
Ni cambiaré mi forma de ser,
ni saltaré al vacío, no.
Ni te diré más "tequieros"
ni pienso mirarte por las noches
ni llevarte el desayuno a la cama,
tampoco te echaré de menos en mis sueños
y mis ojos no verán ni una puta lágrima.

Mi cama es más grande vacía que contigo,
y la ducha más caliente, mi movil tiene saldo,
en mi cartera hay algo más de dinero,
mis juergas son más largas,
y "sexo en nueva york" ha desaparecido de mi portatil.
Ahora hay cuatro sitios en mi coche,
en mi diccionario no hay "caris", ni "vidas",
y hablando de vida,
mi vida social bastante más activa,
si ronco nadie me despierta a medianoche,
ya no hay pelos largos en mi almohada,
nadie me abraza y me asa de calor por las noches,
nadie me mata de frío por quitarme las sábanas,
en mi baño hay un cepillo y una cuchilla,
nada de maquillaje, cremas y cinco toallas,
la tele lleva apagada más de tres semanas,
miro a las mujeres que me da la gana.
Quedar con los colegas sí es una excusa para salir,
y la regla no es excusa para quedarse en casa.

Hasta la polla del amor, guardáoslo todo.
No sabéis lo que os perdéis con una vida solitaria.
Amo al desamor, y el desamor me ama.

domingo, 31 de julio de 2011

Deja que el GPS te pierda

Galiza blanca de murmullo
de vientos de aspas y generadores,
Galiza de carreteras secundarias,
de cunetas, de horquillas, de monte.
Fuente de meigas y meigallos,
de cheiro dos mortos, tronos e raios,
pogos y polvo, chupitos dados,
Galiza fría, oscura, sola,
Galiza ardiente, sábanas en la sombra.

Galiza amante, martirio y hermana.


Escrito el 29 de Julio de 2011, en algún punto de la carretera LU-6601 a 20 km de Viveiro.

miércoles, 13 de julio de 2011

No pares...

Y desciende a la vorágine de bondage con el vissage de tu lengua bífida de sátira amarga que entre escozores hace estremecer la piel de este endeble ser de hiel que untado en miel y nata se delata como tu cómplice esta noche de placer en el nudo de tu alma que amarrada a las sábanas muerde la almohada por no poder moverse del anochecer de nuestras miradas acompasadas a una respiración pausada y entrecortada que decora las paredes de la cámara oscura que retrata nuestro particular cuento de hadas que se acelera a más y más cuanto más rápido late ya la máquina del corazón a golpes sin razón ni ton ni son aumentan la presión y la humedad de la habitación con cada sollozo que ya es grito de pasión en nombre de los arazaños de mi espalda grita mi nombre una vez más mientras llegas al clímax y me arañas y prometo volver a revolver y a recordar tu falda plisada que tantas llamas trajo hasta mi cama... Ahora abrázate a mi pecho... y descansa...

jueves, 23 de junio de 2011

A veces

A veces, en momentos de soledad en la cama
no sabes por qué motivo y sin venir a cuento
recuerdas un olor. El olor de ese pelo
que parece que se quedó guardado
en la almohada eternamente.
Ese pelo que brilló a tu lado,
ese al que acercabas la nariz
mientras ella dormía. El que apartabas
en las guerras por ponerse encima.
Y del olor del pelo viene el de la piel,
aquella piel, blanca o morena,
que era la cosa más suave que has tocado nunca
y la que te hizo adicto a su electricidad,
que al tocarla te erizaba el vello del cuerpo.

Aquella piel que se marchó,
que a la luz de la luna llena
era un regalo para tus ojos
y una bendición que encontrarla,
allí, desnuda en tu cama.

Pero todo se olvida cuando te limpias la mano y te pones a dormir.

martes, 26 de abril de 2011

No es más que otro folio en blanco

No es más que otro folio en blanco,
Otro cántaro que no llegará a la fuente
Porque la lechera, como siempre, se quedará durmiendo
Soñando, muerta y despierta,
con un mundo que jamás será suyo.

No es más que otro folio en blanco.
Otro bolígrafo vacío que,
peleando por su último aliento, consigue vomitar
su bilis azul sobre la suela de un zapato
para pasar a su mejor vida de cerbatana preescolar.

No es más que otro folio en blanco.
El vacío brillo del negro que toma sentido
contrastado en el fondo alabastro,
esclavo de las manos de un poeta
que no sabe donde dejó su métrica,
ni su rima,
ni sus clases de lírica encorsetada en endecasílabos,
asonantes, consonantes, mayores y menores…
¿Qué le queda al músico, cuando ya no sabe armonizar?
¿Qué le queda al poeta, cuando ya no sabe ni rimar?
No…
No es más que otro folio en blanco.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ciclo

Aire...
Entumecido y viciado
por el humo de los recuerdos.
Pesado y asfixiante,
apaga el más ardiente de los fuegos.

Tierra...
Desde el cielo, inmensa,
infinita y atestada de males.
Desde su rostro, austera,
partículas de polvo que se lleva el aire.

Agua...
La vida. En mi alma
torrente de sombra en ventana abierta.
Llueve en mi almohada
y devuelve el vuelo del fénix a tierra.

Fuego...
Quemadura de hierro
que en mi mente, su nombre guarda.
Y una vez más, como siempre
se ahogarán sus cenizas en la xana del agua.

martes, 1 de marzo de 2011

Deconstrucción de un año

Me sobran Febreros,
Me llueven las primaveras,
No gano pa Noviembres,
en Agosto borro las huellas
que se me atragantaron en la arena.

A más frío más inviernos,
los Diciémbreses se me hacen largos,
los Eneros se me encuestan
y Junio se me queda lejos.

Me guardo tres o cuatro Abriles en una maleta
por si llueve, que me voy de viaje
a coger Octubres rojos, asi que
me wakeas güen September ends,
que no me apetecen más veranos.

De momento voy a dormirme Marzo y a comprarme un otoño,
que lo empiezo comiendo techo porque solo se le ocurre al señor cáncer de Julio
ponerse a escribir a las horas en las que hasta Mayo está durmiendo.

lunes, 21 de febrero de 2011

Autobiografía de un demente

El lector atento y observador habrá notado en más de un escrito
en este blog algunos tintes autobiográficos, algunos reales, otros no.
En este caso y para que no quede la menor duda,
se lo dejo claro desde el mismo título.
Se pueden decir mil cosas cuando se habla con alguien,
pero lo que piensas realmente se te quedará dentro.
Siempre hay una verdad que no le contarías ni a tu madre,
un secreto inconfesable o una realidad dolorosa, que,
por mucha sinceridad que destile tu caracter, nunca saldrá de tu boca.

Y a mí se me quedaron tantas cosas que decir...

Cuántas cosas quería decirte y no te dije, y solo miraba
y buscaba y esquivaba la complicidad en tus ojos, aquella
complicidad que saltaba a la primera de cambio.

Yo no hablaba, yo solo esperaba, te escuchaba,
pensaba en el abrazo que acababa de darte al verte de nuevo,
y añoraba caminar por Madriz cogiéndote la mano,
buscar una cervecería y hablar sirénido o gñapés
y que la gente nos mirase raro,
pensaba en todo lo que habías sido
y en todo lo que eras en ese momento.

Tu hablabas. Y hablabas mucho.
Incluso por momentos me pareció demasiado para ti (y eso que tu eres habladora).
Supongo -porque no me puedo meter en tu cabeza- que querías manejar la conversación,
monotemática y con pocos puntos de inflexión, todos ellos relativos a un tema que, si se me permite, es bastante trivial. Me refiero, suele ser un tema para romper el hielo, no entraña demasiada profundidad -tampoco pretendo decir que carezca de importancia-. Fue una conversación encorsetada y encauzada a no ser demasiado profunda, con miles de temas tabú, bromas tabú y millones de comentarios que se quedaron en nuestras cabezas porque "ya no somos nadie para decirnos nada el uno al otro".

Cuando nos despedimos, miré hacia atrás,
esperando que "balada triste de trompeta" me hubiese dicho una mentira.
Todo indicaba lo contrario, así que me sentí ridículo,
aunque ya es sabido que sin guion nada acaba bien.
Despues intenté vomitar algo en 155 caracteres
y acabé llenando tres mensajes de texto.
No se cuando recibí tu contestación,
pero pedías perdón por haber tardado,
así que supongo que fue tarde.

Pese a todo, creo que el pensamiento que más dolía
-y a la vez que el más absurdo de todos-
era el deseo de que se te cruzase el cable
y aparecieses por Atocha.

Como una vez esribió el sabio:
"si deseas algo, el universo entero conspira para que se cumpla"
y tuvo que darse la puta casualidad que había luna llena.

Así que, compuesto, borracho, magullado y sin cerebro
soporté miradas de catorce horas pensando
"por qué Geni tiene tan mala cara"
sin que ninguna de ellas tuviese el valor de decirlo.