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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

martes, 22 de septiembre de 2009

fragmento

- ¿Sabes? No suelo dar dos besos a la gente. Tampoco la mano. Como mucho un vago “hola”, o un desganado “hey”. Por eso suelen llamarme “borde”, “prepotente”, o la gente con menos vocabulario “gilipollas”.

- La verdad, no es que me importe mucho, pero me hace gracia. Nadie se plantea un porqué a esa situación. ¿Por qué tengo que estrechar mi zarpa con la tuya, si no te conozco de nada? ¿Por qué tengo que dejar mis gérmenes en tu mejilla, si no te he visto en mi vida? Sinceramente, a veces pienso en sorprenderles con un “perdona, no quiero contagiarte”, así no tendré que escuchar tus futuros comentarios contra mi forma de ser…

- Pero piénsalo. ¿Cuánta gente a la que diste dos besos, o estrechaste la mano, ha aportado algo útil a tu vida? y, aún más divertido… ¿De que sirvieron todas las palabras y pensamientos compartidos con ellas? Eso si es que has tenido suerte y te ha tocado un cerebro algo espabilado, claro.

- La verdad, no se si me resulta más divertido ver la repelencia humana, o como el mundo se va a la mierda. Porque se va, Derek, se va. Al igual que yo, sabes que somos un cáncer, sabes que sobramos en el planeta. Corrígeme si me equivoco. Nosotros nos matamos, y de paso también a Gea. Aunque no hace falta llegar a esos términos tan globales… ¿No crees? A ras de suelo y uno por uno también nos matamos. Y crees que la gente no merece la pena, ¿verdad?

- Pues déjame decirte algo, gilipollas. Ni se te ocurra pensar que te pareces a mi en lo más mínimo, por creerte autodestructivo y misántropo. Si no fuera por ellos, ¿quién alimentaría tu vanidad mórbida? ¿quién te felicitaría por tus trabajos, quién te saludaría como tu mejor amigo? ¿quién te miraría desde tu pecho como deseando volver a follarte? que demonios… ¿quién te llamaría misántropo?

- No te engañes, imbécil, porque eres igual que el resto. Te sientes diferente por odiarles, pero para ser un misántropo hay que empezar por odiarse a uno mismo. Y eso no es nada fácil. ¿Te daría igual que mañana se acabase el mundo? ¿Te daría igual que mañana se extinguiese la raza humana, aun sabiendo que tú serías el primero? Necesitas de ellos como un mosquito necesita la sangre. Porque no eres más que eso, el jodido mosquito que zumba en tu oreja a las tres de la mañana. Deja de llamar la atención, de tocarle los huevos al mundo, trágate tu puta vanidad, y vuelve por aquí. Entonces sí hablaremos de misantropía.

- Ahora vuelve a tu puta cama de hospital, o créeme que no volveré a escribirte.

Aquel joven apagó el cigarro en el suelo y me dio una hostia en la cabeza. Cuando abrí los ojos, una extraña máquina emitía suaves pitidos a mi izquierda, y un hombre de edad avanzada respiraba forzosamente entre una maraña de tubos… De pronto, una enfermera abrió la puerta del hospital.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Fragmento

Esos ojos… Esos preciosos ojos…

- La oscuridad que encierran, el silencio de su iris titilante en la sombra, que parece relucir en la más profunda de las muertes. Tus ojos… Que encierran el alma más pura y lasciva, el Ragnarok de una Luna marchita y el Apocalipsis de un Sol decadente.

Se rascó las aletas de la nariz, como nervioso. Sus manos se movían temblorosas y aceleradas de aquí para allá.

- Esos que miran y acarician y besan y aman y odian en un mismo parpadeo. Alguna vez quise navegar en ellos, y echar a pique mi barco, a hachazos contra la quilla para llegar al fondo de tu siniestra penumbra. Pero era más divertido dejarme llevar por las tempestades de tus pestañas… Sí…

Volvió a rascarse la nariz, esta vez con el antebrazo. Con su mano derecha se tocaba al cuello como si mil úlceras crecieran en su yugular.

- Y tu mirada… Tu amada pupila… Tan transparente y tan opaca, tan nítida, tan distante, tan
traslúcida y borrosa. Tan brillante como un espejo… Cómo me gustaba ver tu mundo reflejado en ella.

Movió la cabeza de lado a lado, como intentando desentumecer su cuello.

- Tu mundo... Mi mundo… ¿Mi mundo? Verme reflejado en ella… Mis ojos en tus ojos… Mi cara en tus ojos… Mi cuerpo en tus ojos… Mi mundo… ¿Mi mundo? Si… En tus ojos…

- Mi…

- ¡Hmpf! Mundo…

Cayó hacia atrás, guardando algo en su mano. Lo miró, lo acercó a sus ojos y inhaló fuertemente su aroma.

Se levantó, y miró con desprecio hacia la cama. Sobre ella, el cuerpo de una joven de unos veintiocho años yacía putrefacto enredado en las sábanas.

- No te preocupes por ellos, los guardaré bien… Tú ya no los necesitas.

En su mano, dos ojos de agua caribeña lloraban sangre y miraban a la eternidad a la cara.

martes, 1 de septiembre de 2009

Fragmento

No le gustaba ir a la playa.

Era uno de esos abrasadores días entre Juilo y Agosto. El sol irradiaba con fuerza a través del toldo del bar. La cerveza, fría como un demonio, goteaba sobre sus vaqueros en cada sorbo, creando lágrimas de plateado brillo en sus muslos. Levantó la botella al cielo, como brindando con dios, y se quedó observando una de aquellas perlas transparentes.

Cómo resbalaba por el casco, lenta y dificultosamente.
Cómo, una vez liberada, caía libre por su universo en miniatura.
Cómo, fugazmente, llegaba al pantalón, y se fundía con la tela.

Le dio un largo beso a la botella para acabarla, y la dejó sobre la mesa. Acarició la húmeda superficie.

- Al menos nosotros siempre tenemos algo bueno cerca.- pensó.

El sol irradiaba con ansia sobre todas aquellas pieles morenas, como un verdugo flagela la espalda de un condenado. Un grupo de niños jugaba a la guerra con pistolas de agua, apenas unos metros más allá. El más mayor apenas rozaría los diez años. El más pequeño de ellos, de unos tres años, se cobijó junto a él, perseguido por otros tres chavales que le sacarían un par de años a los sumo. Sus ojos color miel centellearon a la luz y se cruzaron con los suyos:

- ¡Ayúdeme, señor!-. Derek esbozó una sonrisa, y se giró hacia los perseguidores.

- ¿Dónde vais vosotros tan rápido, eh? ¡Él es mi protegido! ¡Esto es zona de tregua!

- ¿Zona de tregua?, Jo, Danny, siempre haces lo mismo…- Se lamentó uno de ellos. Llevaba un bañador rojo y blanco, con un graffiti en la pernera derecha.

Cuando los invasores se fueron, el pequeño se acercó a la barra, cargó su pistola de agua. Después se acercó a la mesa de Derek y le dio las gracias, al tiempo que sus cuatro pares de párpados se entrecerraban en un malicioso gesto y echaba a correr hacia sus agresores.

Derek aprobó con la cabeza, y volvió a su botella. Gracias a dios, aún estaba medio llena. Tomó otro trago y miró a su alrededor de nuevo. Los niños jugaban mientras sus madres hablaban sobre la boda de algún famoso de Hollywood tumbadas en sus hamacas, una pareja de ancianos paseaba por la orilla del mar, y dos chicos jóvenes jugaban al tenis en la arena mientras una pandilla de chicas se situaba en el lugar exacto al que más veces se les había escapado la pelota. En el agua, una treintena de personas nadaba en el hielo líquido del Atlántico para mitigar el calor.

-No se por qué sigo viniendo aquí…-, pensó.

No, definitivamente, no le gustaba la playa.

Empujó las ruedas de su silla y se dirigió a casa.