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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

lunes, 27 de agosto de 2012

Un café en Mirra pt.1


La cafetería ofrecía una acogedora imagen. En su interior se observaba una docena de mesas, casi todas vacías, con un candelabro en cada una. Tras la barra, un atractivo joven leía el periódico. Cuando entraron, el joven miró hacia la puerta y esbozó una sonrisa. Sejmet se dirigió a la barra, indicando con la cabeza a Alicia que la imitase.

- Buenas tardes, Sejmet. ¿Lo de siempre? –dijo el joven. Sejmet asintió con la cabeza, sin decir nada. El joven clavó sus ojos verde esmeralda sobre Alicia. -¿Y vos, señorita? ¿Qué vais a tomar?
Alicia vaciló un instante, ensimismada por la mirada del camarero y el hecho de no conocer las especialidades de la cafetería. –Tomará lo mismo que yo, Gabriel. Gracias. Vamos –dijo a Alicia- sentémonos allí. Es mi mesa favorita.

La mesa estaba cerca del enorme ventanal que presidía la fachada de la cafetería. Tomaron asiento una frente a otra, y esperaron pacientemente a que Gabriel les trajese su bebida. Al poco tiempo, dos tazas de cerámica blanca se encontraban sobre la mesa, inundando la zona de un agradable olor a hierba fresca.

-Es té de hierbas del Nilo. No hay un té así en toda la comarca. Me recuerda a mi país –Dijo Sejmet mientras soplaba el líquido negruzco del interior de la taza. –Pruébalo, te gustará.

Alicia acercó la taza a sus labios y el olor conquistó sus sentidos. Cuando probó el té, pensó viajar en el tiempo y el espacio a una época miles de años atrás. Su sabor evocaba el calor infernal del desierto, mezclado con la frescura y el olor húmedo de la caña secando al sol.
-Está riquísimo! –Exclamó mirando a Sejmet con los ojos abiertos de par en par.

-Sabía que te gustaría. ¿Has sentido el Nilo? A veces lo echo tanto demenos… -Su voz vaciló un instante, para recuperar la compostura al momento –Alicia, tengo que preguntarte algo, y es muy importante que me digas la verdad.

Alicia levantó la vista de la taza y miró a Sejmet. Su cara mostraba una mirada seria, pero benevolente. La mirada de una madre que sabe que su hijo ha hecho alguna travesura y no se atreve a reconocerlo.

-Alicia… Cuando en el desayuno te pregunté por un gato a rayas me mentiste, verdad? No temas, puedes decirme la verdad. –Sejmet alargó su brazo y cogió la mano de Alicia, mostrándole su confianza.

- Bueno… Lo cierto es que sí. Sí que me lo encontré… Pero me salvó la vida… Y cuando vi el cuadro del comedor…

- Pensaste que estábamos interesados en su piel, ¿no es cierto? –sonrió. –Lo cierto es que mi padre está muy interesado en la piel de ese gato. Pero no te preocupes, será nuestro secreto.

- No le dirás nada a nadie? –Dijo Alicia, temerosa.

- No, tranquila… -Sejmet se quedó pensativa, mirando a Alicia. Al cabo de unos segundos, volvió a reaccionar. - ¿Te dijo… su nombre?

-No… Pero él conocía el mío sin habérselo dicho.

-Ya veo… Bien, tú has sido sincera conmigo… Ahora yo haré lo mismo contigo. –Dio un sorbo al té –Verás… Ese gato… No es un gato. Es una persona muy especial para mí.

Alicia estaba desconcertada: ¿por qué podía ser tan especial para ella ese supuesto gato, si su propia familia codiciaba su piel? Dio un sorbo al té y se preparó para escuchar lo que Sejmet tenía que decirle.

- Ese gato que has visto es una criatura única en el universo. Lleva caminando sobre la tierra desde que el hombre apenas era un esbozo de lo que es. Nadie sabe su nombre, ni de dónde viene. Sólo que está en este mundo para mantener el equilibrio, manteniéndose al margen de todos los conflictos del resto de las criaturas del planeta. Por eso, Alicia, me resulta muy extraño que te lo hayas encontrado, y mucho más que te haya salvado de una muerte segura a manos de Hatta… Puede que tengas por delante un gran futuro, pequeña… Y él lo sabe.

Sejmet miró por el ventanal hacia la inmensidad del lago. El Sol se reflejaba en sus ojos negros como el azabache, y delataba el brillo lacrimoso de la melancolía.

- ¿Y por qué es tan especial para ti? –Preguntó Alicia, al no recibir explicación a la pregunta que más atraía su curiosidad.

- Él… -se serenó y volvió las vista hacia la taza de té – Le conocí hace muchos años, más de los que mi aspecto refleja. Yo aún estaba en Egipto.

Oda al desamor

El amor está muerto, viva el superego.
Ni cambiaré mi vida,
ni saltaré al vacío, no,
lo siento pero todo eso se acabó.
No voy a decirte más "tequieros"
no pienso mirarte por las noches
ni llevarte el desayuno a la cama,
tampoco te echaré de menos en mis sueños
y mis ojos no verán ni una puta lágrima.

Mi cama está mejor vacía que contigo,
y la ducha más caliente, mi movil tiene saldo,
y mis juergas son más largas.
Ahora hay cuatro sitios en mi coche,
y si te cortas el puto pelo no tengo que fijarme,
ya no hay pelos largos en mi almohada,
nadie me abraza y me asa de calor por las noches,
nadie se enrosca cuando hace frío en mis sábanas,
en mi baño hay un cepillo y una cuchilla,
nada de maquillaje, cremas y champús,
veo el porno que me sale de los huevos,
miro a las tías que me da la gana.
Quedar con los colegas sí es una excusa para salir,
y la regla no es excusa para quedarse en casa.

Hasta la polla del amor, guardáoslo todo.
No sabéis lo que os perdéis con una vida solitaria.
Amo al desamor, y el desamor me ama.

La Duquesa pt.3


Poco a poco, todos los sitios de la mesa se fueron ocupando. Al lado de aquella mujer, justo enfrente de Alicia, se sentó un apuesto joven de unos dieciséis años. Su pelo rubio y rasgos afilados delataban un origen nórdico. Sus ojos eran fríos y duros, y en su mirada parecía asomar un atisbo de locura que contrastaba con la mirada tranquilizadora de la mujer que acababa de conocer.

A la izquierda del joven, una chica de pelo moreno miraba su plato con desgana. Su pelo era largo, negro y lacio, y caía por delante de su cara. En ella, dos ojos grises se asomaban sobre unas infinitas ojeras. A pesar de su aspecto enfermizo y pálido, aquella chica parecía haber sido preciosa antes de que la enfermedad la hubiese abrazado.

A la izquierda de Alicia estaba sentada una joven de tez dorada como la arena del desierto. Era alta y de porte mayestático, de mirada felina y labios finos. En sus ojos negros como el azabache apenas se podía distinguir la pupila del iris. Comía en silencio, sin mirar a los demás.

Una vez todos hubieron acabado, la mayor del grupo dio dos palmadas. Al momento, un grupo de sirvientes entró por la puerta y recogió la mesa. En apenas un minuto, todas las delicatesen de la mesa habían desaparecido. Mientras tanto, los comensales fueron presentándose a Alicia. La mujer se presentó como Lilith y la madre del resto. El joven sentado frente a ella se llamaba Vlad, y la chica de aspecto convaleciente Lamia. La joven sentada a su izquierda le indicó su nombre con un marcado acento árabe, Sejmet.

- Bien –dijo Lilith. –Ahora que tienes el estómago lleno y has recuperado fuerzas… Cuéntanos, pequeña, ¿cómo has llegado hasta el bosque?

- Bueno… Me interné en el bosque hace unos días, persiguiendo a una pequeña liebre.- Alicia miró hacia la piel pintada en el cuadro y decidió omitir el detalle de su encuentro con el gato- y acabé por perderme. Seguí un pequeño camino hasta llegar a un gran claro con una pequeña casita…

- El claro de la locura…- interrumpió Vlad. -¿Te encontraste con el peletero?

- Me encontré con un lunático… -el recuerdo de la situación puso nerviosa a la chica. Los ojos de Alicia comenzaron a humedecerse. –Él… Él intentó…

-Tranquila, ahora estás a salvo –la consoló Sejmet, mientras apoyaba su mano sobre el hombro de Alicia.- Ya ha pasado todo.

- Ese Hatta… Tienes suerte de haberte hecho esa herida. –añadió Vlad. –Si no, ahora mismo estarías disecada en su chabola, expuesta para que cualquier depravado adorador de Jabberwock te comprase…

- ¡Vlad! –gritó Lilith. –Ten un poco de delicadeza con nuestra invitada… -su voz volvió a serenarse al tiempo que Alicia se recuperaba. –Cuéntanos, pequeña. ¿Cómo te hiciste esa herida en el costado?

- Yo… no se… no lo recuerdo… -mintió. Recordaba con todo lujo de detalles todo lo ocurrido mientras estaba sobre la camilla de Hatta. –Solo escuché los gritos del peletero mientras me sacaba a empujones de la choza. No recuerdo mucho más…

- Qué extraño… Hatta suele tener mucho cuidado con sus pieles… Tu herida parecía un arañazo… ¿No te habrás encontrado con un gato, verdad? –Apuntó Sejmet, en tono sospechoso.

- ¿Un gato? No… -mintió de nuevo. –No recuerdo como conseguí salir de allí, pero desde luego esta herida no es de una zarpa de gato… ¡Es casi de un tigre!

- Tiene razón, ¡tendría que ser un gato enorme! No digas tonterías, Sejmet. –dijo Ersebeth.

- Hablando de la herida… He visto la cicatriz… Y no puedo evitar preguntarme cuánto tiempo he estado inconsciente…

- Dos días, pequeña. –contestó Lilith. –Lamia ha estado cuidando de ti, es una experta sanadora. Por eso tu herida ha cerrado tan rápidamente. –Bajo la capa de pelo negro que tapaba la cara de Lamia, Alicia pudo observar una leve sonrisa.

- Gracias por vuestra hospitalidad. Siento haber causado alguna molestia… -se disculpó Alicia.

- No te preocupes, pequeña… Te encontramos escondida en el tocón de un árbol, malherida y desnuda… No podíamos dejarte allí, a la intemperie. Has tenido suerte de habernos encontrado. –Replicó la mujer, mientras se levantaba de la mesa, dando la conversación por terminada. Acto seguido, todos se levantaron. –Bueno, es hora de ponerse a trabajar. Ersebeth, cariño, confío que seas una buena anfitriona con nuestra invitada. –Ersebeth asintió y todos se dirigieron hacia la puerta –Estás en tu casa, Alicia. Puedes hacer lo que desees. Ersebeth te enseñará la casa. Si necesitas algo, no tienes más que hacernos llamar. El servicio estará encantado de ayudarte en lo que quieras.

-Gracias, sois muy amables.

-¡Ven, ten enseñaré mis muñecas!- dijo la pequeña.

A Ersebeth le llevó toda la mañana enseñarle la mansión. Era un auténtico laberinto de habitaciones y pasillos, nada que envidiar a cualquier palacio de la realeza británica. El lujo y la ostentosidad estaban a la vuelta de cada esquina. Enormes tapices bordados en oro cubrían las paredes, y los techos estaban cubiertos de frescos pintados hasta el más mínimo detalle.

Durante la comida, el trono que presidía la mesa también estuvo vacío. Sin embargo, el almuerzo le permitió conocer la historia de aquella familia, si es que se podía llamar así. Lilith era la madre, como ella misma se había presentado. Llevaba en Mirra (así se llamaba el pueblo) muchos años, casi desde que el pueblo se fundó, y se había ganado a pulso el título de Duquesa. Trabajaba para la Reina, llevando las cuentas de palacio y demás asuntos económicos.

Sejmet era la segunda en edad. Había viajado miles de kilómetros hasta llegar a Mirra. Al parecer era hija de Lilith, a pesar de sus rasgos árabes y que apenas mostraba un leve parecido con su madre. Había vuelto a Mirra huyendo de la ciudad donde vivía, tras una revuelta del pueblo contra sus gobernantes.

La tercera en edad era Lamia. Según dijo, había nacido en mitad de un viaje de su madre a Grecia, y de muy niña estuvo al borde de la muerte debido a una extraña enfermedad. Tras varios meses, y dado que Lamia no mejoraba, Lilith se vio obligada a dejarla a cargo de sus sirvientes y de un famoso médico del país, mientras se ocupaba de los asuntos de palacio y las exigencias de la Reina. La pequeña permaneció varios años en Grecia, hasta que se recuperó de su enfermedad y pudo volver a Mirra. Gracias a esta larga estancia junto a su médico, desarrolló asombrosas dotes para la medicina.

Vlad le seguía en edad. Su aspecto nórdico contrastaba con su lugar de residencia: Rumanía. Allí afirmaba haber nacido y vivido hasta que otro levantamiento en armas semejante al sufrido por su hermana mayor le habían obligado a volver a casa.

La más pequeña, Ersebeth, contaba su historia con una gran sonrisa. Su padre había sido un hombre muy poderoso en Centroeuropa, pero la gente comenzó a tenerle miedo, y también a su pequeña hija. El padre se desvivía por ella, concediéndole todos sus caprichos y peticiones, por extrañas que fuesen. Llegado un punto, sus consejeros le recomendaron alejarse de la corte, y así había acabado en Mirra.

Las historias que contaban aquellas personas le resultaban a Alicia de lo más inverosímiles. Sin embargo, había algo en su forma de hablar, en su timbre de voz, en su mirada… Que hacía que fuesen totalmente irrefutables. Todos ellos estaban envueltos en un halo de misterio similar, sus ojos reflejaban casi las mismas vivencias, las mismas experiencias dolorosas… Puede que toda su historia fuese una farsa y que intentasen esconder el dolor de una familia rota varias veces, que intenta continuar unida por medio de mentiras piadosas que acaban volviéndose verdad de tanto repetirse una y otra vez. Alicia no quiso entrar en detalles, para no incomodar a sus anfitriones, y se conformó con las historias que le habían contado.

Tras la comida, Sejmet acompañó a Alicia al pueblo, Mirra, en un suntuoso Rolls Royce. Era un pueblo de tamaño mediano, en el que reinaba una sobrecogedora tranquilidad. Los ciudadanos paseaban por las soleadas calles de la villa, flaqueadas por pequeñas casas que no levantaban más de dos o tres pisos de altura. Los techados, algunos de paja, otros de pizarra oscura, daban un inusitado colorido al pueblo visto desde su parte más alta. Al fondo, la calle que llevaba a la casa alcanzaba un pequeño puerto que se abría a un lago de aguas turquesa.

Al llegar al pueblo, Sejmet ordenó al chófer que aparcase frente a un pequeño establecimiento. En la entrada se podía leer, en letras doradas, "Cafetería 10/6".

Azul carne


Dios inventó el azul para tus ojos
Pero tu cuerpo…
Tu cuerpo lo inventó el Demonio
Y se tomó su tiempo.

Por eso,
no hay nada en el mundo
más difícil que escribirte.