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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

jueves, 27 de agosto de 2009

Fragmento

Derek se despertó sobresaltado. Se encontraba en una habitación completamente blanca e impoluta, con una pequeña televisión colgada de la pared frente a él. A su lado, un hombre de unos cincuenta y cinco años respiraba con dificultad a través de un tubo que salía de su boca, mientras una máquina emitía sendos pitidos con una hipnotizante cadencia.

- Vaya, por fin te has despertado, ¡buenos dias!- dijo la enfermera. Vestía de color verde hospital, y su cara reflejaba una mezcla entre alegría y alivio.

- Em… si…- balbuceó Derek mientras intentaba incorporarse – Perdone… ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

- El suficiente como para ponerte bien, y dejar de preocuparme. – Los oscuros ojos de la enfermera contrastaban con su melena rubia. – Estuviste dos días inconsciente, pero estable. Y esta mañana parece que empezaste a soñar. ¡Menudo susto me diste! No se que soñarías, pero incluso sufriste alguna que otra convulsión.

- Pero ¿Cómo he llegado aquí? – al incorporarse, un dolor punzante recorrió su cuerpo desde el hombro derecho.

- No sabemos en qué estarás metido, pero un joven te encontró en la calle, en la esquina de Norfolk con la séptima, casi desangrado con una herida de bala en el hombro. Te trasladaron aquí de urgencia en la ambulancia, y parece que hemos conseguido mantenerte con vida. –La cara de la enfermera reflejaba preocupación, a la vez que una gran sonrisa al ver que el joven era capaz de hablar normalmente. Parece que la leve amnesia que sufría no le preocupaba demasiado. – Bueno, te traigo la comida. Se que no es gran cosa, pero ya sabes, la comida de los hospitales deja mucho que desear.

La enfermera le colocó la bandeja de comida sobre una mesita con ruedas y se la acercó. Le hizo una suave caricia en la cabeza y se alejó hacia la puerta.

–Me alegro de que estés bien- exclamó, y salió de la habitación.

-¿No había un sitio mejor para enamorarse que este?- Una anciana voz retumbó en su cabeza.
El viejo le miraba sin mediar palabra, fijamente.

lunes, 10 de agosto de 2009

Fragmento

Otro día más. La misma discoteca, las mismas caras. El mismo baile decrépito. La misma música. Repetitiva. Pum. Pum. Pum.

Miró a su alrededor. Saboreó una vez más aquel veneno líquido que hacían llamar ron. Si el Capitán Morgan hubiese levantado la cabeza, no habría quedado ni un solo tabernero en pie. El olor de la copa inundó su pituitaria, su paladar, su faringe e incluso su recto. Para qué mencionar su sabor.

Miró a su alrededor, una vez recuperado del escalofrío de la cicuta penetrando en su organismo. Cabezas y más cabezas. Ojos y más ojos. Luces, neones y flashes. Todo, un batiburrillo de olores, sabores, sonidos e imágenes que su cerebro se esforzaba por ignorar. Todos juntos, todos uno. Una manada de gente, una masa ingente de carne trémula dispuesta para ser devorada por sí misma. Hombres contra mujeres. La mujer un objeto, una presa que se ofrece, mostrando sus carnes y su contoneo al predador. El hombre, una masa de carne con dos ojos y una polla, dispuesto a fecundar a la hembra aparentemente más fértil.

Y nosotros somos los civilizados. Los racionales. La veda del cuerpo estaba abierta al mejor postor, ya fuese hombre, mujer o caballo, todos deseaban pillar cacho. Ya fuesen guiados por el alcohol o por la quetamina, aquella olla a presión de hormonas estaba a punto de explotar.

Miró a su alrededor. Era Febrero. Martes de Carnaval, para ser exactos. A su izquierda, una chica, en su tiempo libre la mayor feminista de Detroit, ahora una cat woman envuelta en lujurioso cuero en busca de un león de gimnasio al que arañar. A su derecha, un Hulk desteñido, con una camiseta de tirantes a punto de explotar, y cuyas gónadas se intuirían de un tamaño inversamente proporcional a la cantidad de esteroides que circulaban en su sangre. Asco. Puro asco de la raza humana.

Y tú, ese que estás enfrente, eres el diferente. Eres el que no hace lo mismo que la manada, el alternativo, el distinto. Al que no le va el rollo de las discotecas, el único al que sus amigos llaman “colgao”. El loco, el cachondo, el guay, al que no le mola el rollo del ligoteo fácil, de la carnaza, de la mujer como icono sexual, el tolerante, el feminista, el que no baila porque no le mola exhibir su cuerpo, el diferente a la manada, el que es a veces ángel y a veces demonio pero siempre él, el profundo, el que quiere algo más, al que le importa más la mente que el físico…

Si, tú. Sabes tan bien como yo que somos únicos, originales e irrepetibles…
Pero, qué casualidad, que estamos los dos en esta discoteca…

viernes, 7 de agosto de 2009

Fragmento

Caminaba cabizbajo por la treinta y cuatro, sin rumbo. No necesitaba ir a ningún sitio. No llegaba tarde, pero caminaba rápido. Sin destino, sólo hacia donde soplase el viento. Se sentía como una hoja mecida por la brisa del océano, más por su caminar errante que por su sensación de libertad.

Apenas pasaba media hora del mediodía, y la calle era un hervidero de hormigas frenéticas, pululando de aquí para allá a un ritmo vertiginoso. Nadie se paraba a hablar con nadie. Nadie saludaba a nadie. Nadie miraba a nadie.

Nadie…

Caminaba cabizbajo. Solo. Rodeado de una multitud de personas. Solo. Sin nadie que le dirigiese la mirada. Sin nadie que le dirigiese la palabra. Sin nadie a quien agarrar de la mano, sin nadie con quien caminar.

Levantó la vista. Algunos hablaban por el móvil, para concertar algún tipo de cita. Otros, escuchaban música para entretenerse. Otros más allá caminaban mirando al frente, como un radar apuntando la dirección a la que debía dirigirse el cuerpo.

No os engañéis.

No estás concertando una cita, estás escapando de tu soledad.

No estás escuchando música por que te gusta, si no para crear un micromundo dentro de tu cráneo.

No buscas tu destino con la mirada, te absorbes en tus pensamientos.

¿Por qué?

Porque vosotros, al igual que yo, también os sentís solitarios granos de arena en un desierto. Porque no podéis aguantar estar tan solos aun estando rodeados de vuestros semejantes. Porque en vuestra soledad sois incapaces de interrelacionar con vuestro vecino de asiento en el bus, y preferís ocupar el sitio solitario. Porque a lo mejor ese completo desconocido os habla, y dejáis de estar solos.

¿La diferencia?

La diferencia es que vosotros tenéis que evadiros de la soledad. Yo tengo los cojones de cargar con ella.

Bueno, eso… Y además que mi MP3 se ha quedado sin pilas.