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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

martes, 27 de septiembre de 2011

El Galimatazo

Cuando recuperó de nuevo la consciencia, lo primero que notó fueron las cadenas que la aprisionaban. Su cuerpo desnudo se encontraba amarrado por correas de pies y manos a una fría camilla metálica. Intentó zafarse como pudo, en un bizarro y desesperado contorsionismo, pero no hubo manera. Podía sentir su propio sudor resbalar por su piel. Su respiración comenzaba a acelerarse, igual que su corazón, el cual parecía querer escaparse de su pecho. Al escuchar sus movimientos, Hatta entró en la habitación:

- Es un ataque de pánico, tranquilízaTACte o te desmayarás otra vez TAC.- dijo amablemente mientras ponía una bolsa de papel sobre su nariz y boca. –Si hiperTACventilas te mareTACarás. Respira aquí dentro.

Hatta tenía razón. A medida que respiraba en el interior de la bolsa, el ataque fue desvaneciéndose. Una vez recuperada, intentó hablar:

- ¿Vas a matarme?
- No depende de mí. – respondió Hatta, enfundado en su traje blanco. –Ahora no me molestes, tengo algo importante que hacer.- Se dirigió hacia el altar, y arrodillado abrió un libro ante él. Alicia aguzó el oído, y pudo escuchar una oración apenas audible.

Salve, Jabberwock.
Sireñor dos roaminos darcuros
Poesía da pasique ilerma
Lisucha as mias origarias
Y acepta meu poorilde orferenda.
Salve, Jabberwock.
Cerilatura da derte hurema
Sireñor da niche
Kinador da Mona Fuena
Príncipe do undramundo.
Salve, Jabberwock.
Archifice dos Muros,
Sirmo do Forque Turgal,
Mio sirmo, eu te conjuro,
Founte primania do aldo mal.

Terminada la oración, hizo una breve pausa. Se incorporó y cogió un pequeño cuenco de madera. Se acercó al altar y extendió una especie de polvo blanquecino en él. Luego alzó solemnemente su puño derecho con una pequeña cantidad de polvo, y prosiguió con aquella perturbadora oración, esta vez mucho más enfatizada:

Salve, Galimatazo.
Founte do wisdomiento primanio
Bobro ente os bobros.
Wisduría everna
A ti entruendo me
Spelabra do Goios huremo
Lisucha as mias prayarias.
Verbo do Jabberwock.
Amen…

Hecho esto, con un solemne movimiento, se acercó el puño a la cara e introdujo aquella sustancia en su boca.

-Vamos allá…

Cuando se dio la vuelta, tenía la cara completamente desencajada, los ojos abiertos de par en par, con una mirada que parecía capaz de observar el alma en los ojos a los que miraba. Alicia intentó zafarse, pero era inútil. Las correas de cuero le aprisionaban y abrazaban sus muñecas y tobillos. Estaba indefensa sobre una mesa de taxidermia ante un loco trajeado. Por un momento, deseó tener la misma fe que el taxidermista acababa de demostrar con su oración.

martes, 20 de septiembre de 2011

En el claro de la locura

Alicia comenzó a caminar en dirección a aquella pequeña chabola. A medida que se acercaba, empezó a distinguir las voces de dos personas, una cálida y suave, de varón. La otra, algo más aguda, parecía de un niño de diez años. Cuando se encontraba a unos veinte metros de la casa, paró en seco. Aquello que le había parecido una chabola de paja, no era sino una casita de ladrillo recubierta de parduzcas pieles de animales. Un fuerte olor invadió su sentido del olfato hasta casi entumecerlo. Era un olor que nunca había notado antes, rancio, fuerte y embriagador. Se llevó una mano a la nariz para evitar respirar aquella peste, y continuó acercándose. Al llegar junto a la casa, su olfato aún no se había acostumbrado a los vapores que desprendían las pieles.
En una mesa para cuatro comensales, con sus platos debidamente colocados, encontró a una liebre de color marrón tan alta como ella, bebiendo y riéndose junto a una peculiar figura humana. El hombre, que contaría unos treinta años, rellenaba una y otra vez las tazas de té dispuestas frente a ellos con un líquido humeante y verdoso. Un enorme sombrero de copa, doblado y achacado por la edad, coronaba su cabeza. Tardaron un buen rato en descubrir a la intrusa que les espiaba junto a la casa.
- ¡Vaya!,- dijo la liebre clavando sus enormes pupilas negras sobre Alicia -Parece que tenemos compañía.
- Hola…- respondió Alicia, sin acercarse. Ya le había bastado su encuentro anterior para saber que debía andarse con cuidado.
- Hola, pequeña… -el hombre se levantó. La longitud de sus escuálidas piernas casi igualaba la altura de Alicia. Se quitó el sombrero y realizó una exagerada reverencia. –Me llamo Hatta. ¿Cuál es vuestro nombre, pequeña?
- Me llamo Alicia.- musitó. El comportamiento del hombre no era demasiado estrambótico, salvo por su peculiar forma de saludar.
- Es un placer conocerle, Alicia. Por TAC favor, ¿gustaría de tomar una tacita de té junto con mi compañera y un servidor? Está recién hecho.- La liebre se levantó.
- Liebre de Marzo, para servirla.- Dijo mientras le dedicaba una enorme sonrisa.
- Bueno, la verdad es que yo…
- No aceptaré un no por resTACpuesta.- le cortó. Sin embargo, su voz sonaba amable y melódica, henchida de cortesía.
- Verá… Es que me he perdido y quisiera encontr…
- Por favor, pequeña, toma asiento, vamos. Estaré encantado de ayuTACdarte, pero podemos hablar de esto miTACentras tomamos una taza de té. No debes tener miedo.

Hatta estaba en lo cierto. Parecía un hombre de fiar, o al menos su amabilidad lo demostraba, aunque algo en su forma de hablar inquietaba a Alicia. Aun así, decidió sentarse.

- Y dime, pequeña… ¿De dónde eres?- Hatta vertió una abundante taza de la sustancia verdosa y se la pasó a Alicia. En pocos segundos pudo notar un agradable olor, en las antípodas del hedor que emanaba de la chabola.
- De Cheshire…
- ¡Eh! ¡De Cheshire!- gritó la liebre. –Yo tengo un tío en Cheshire, se llama Carlos. Trabaja en la panadería de la calle Ramón Varela. Bueno, no trabaja, es suya.
-¿En serio? ¡Mi madre suele comprar allí el pan!- Alicia no daba crédito. -¡Qué casualidad!
-Si… Bueno… El ministerio de Sanidad se la cerró hace dos semanas…

Se produjo un incómodo silencio. Los tres cogieron sus tazas y dieron un sorbo al humeante líquido. Alicia acercó la taza a su boca. El delicioso olor que emanaba de aquel brebaje dilató sus pupilas. Mojó sus labios suavemente, y un sabor anisado recorrió su lengua. El familiar icor de aquel “té” acabó revelándole que se trataba de alguna sustancia alcohólica. Su sospecha se confirmó cuando vio a la liebre beberse la taza de un trago y caer rendida sobre la mesa. Dio un trago, y tosió un par de veces.

- ¡Ey ey ey!, desTACpacio pequeña, que te TAC vas a atragantar…- Hatta le dio un par de palmadas en la espalda.
- Gracias…- carraspeó Alicia.
- Así que eres TACde Cheshire… ¿Y qué estás hacienTACdo por aquí?
- Ya te lo he dicho, me he perdido. Estaba siguiendo a un conejo blanco, y cuando lo perdí de vista un gato se lo había comido.- El conejo… Ese tacto… Suave, cálido… Algo se revolvió dentro de sí al recordarlo de nuevo.
- Un gaTACto, ¿eh…?- Hatta parecía pensativo. -¿Un gato alTACto, de piel atercioTACpelada? ¿Con TACunas exTACtrañas raTACyas en su piel?
- Si… Era muy raro… Y alto… Y guapo…- Alicia comenzó a sentir pesadez en sus párpados. Una pesadez que no podía soportar. Justo antes de quedarse dormida, descubrió algo que no había visto al llegar. A lo lejos, un manantial de color plata burbujeaba a la luz de la luna de otoño.



Se despertó atada a una vieja silla, debido al insoportable olor del cuero a medio curtir. Unos metros más allá, los huesos descarnados de la Liebre de Marzo yacían sobre una mesa de operaciones improvisada. A su alrededor pudo divisar decenas de criaturas disecadas, animales petrificados en un doloroso gesto de adoración hacia lo que parecía un altar de piedra con una figura deforme de vidrio relleno de mercurio. La voz de Hatta le sacó de su escrutinio por la habitación.

- La taxidermia… Un arte tan antiguo como la locura… TAC.

Entró en la habitación con la piel de la Liebre sobre el brazo, ataviado con un traje de corbata blanco, tan solo corrupto por algunas manchas rojas de lo que, presumiblemente, fueron las manos de la Liebre en un intento desesperado por librarse de su tormento. En su mano, brillaba un cuchillo de afilada hoja.

- Jabberwock estará orgulloso cuando acabe contigo… TAC. Descansa, Alicia, esta va a ser una noche muy larga, sobre todo para ti.

Hatta golpeó duramente el cuello de Alice, dejándola inconsciente.

Biopsia de un cerebro bajo tierra pt.2

El gato se levantó sobre sus patas traseras, revelando su altura real. Alicia levantó la vista hacia el extraño animal que ahora la miraba por encima del hombro. Sobre dos patas, aquella criatura parecía mucho más atlética y ancha que durante todo el tiempo que había permanecido agachado. Con un sutil movimiento, se apartó a la derecha del camino.

- Eso que te has comido...- musitó Alicia, tímidamente.
- ¿Si?
- ¿Era una liebre?
- Supongo que si. O un conejo, quién sabe. Ya te he dicho que era la hora del té.
- ¿Por qué te la has comido?
- Porque los gatos comemos liebres.
- Yo... Había... Había llegado hasta aquí siguiéndole...
- ¿Y pretendías continuar siguiendo a un conejo, y no perderte?- El gato esgrimió de nuevo su sarcástica sonrisa.
- Bueno... yo...
- Muy bien, muy bien -la cortó-. Si deseas seguir por el camino de baldosas de ajedrez, no seré yo quien te lo impida.- dijo mientras alzaba el brazo invitándola a proseguir. Su voz sonaba esta vez mucho más agradable.
- Bien, gracias- replicó Alicia. -¿Me dirás ahora tu nombre?
- Todo a su debido tiempo, Alicia...- contestó, mientras desaparecía en una neblina grisácea. Alicia sintió un escalofrío de miedo.
- ¡Cómo sabes mi nombre! ¡Espera!
- Sé muchas cosas sobre tí, Alicia.- la voz del gato volvió a sonar lasciva dentro de su cabeza. -Conoce el nombre de una persona, y conocerás toda su vida.
Alicia buscó al extraño gato con su mirada, pero era inútil. Se había volatilizado.

Miró de nuevo hacia el cadáver de la que había sido su guía hasta aquel fatídico encuentro. De la preciosa liebre de pelo blanco como la nieve no quedaba ya más que un amasijo de carne y vísceras. Sin embargo, algo dentro de ella, en lo más profundo de su ser, le empujaba a acercarse. Quería ver de cerca los restos del pobre animal. Quería tocarlos, sentir el calor de la carne recién muerta. La sangre arrollaba por el sombrero de la seta y goteaba en el suelo, formando un pequeño charco que crecía cada segundo con un ruido seco: chap, chap chap... Parecía que el encuentro con aquella depravada criatura había dejado en Alicia una impronta más fuerte de lo que creía.

Suavemente, extendió su mano izquierda hacia el desgarro que los colmillos del gato habían provocado en las tripas de la liebre. Poco a poco, cerró los ojos e introdujo sus dedos en aquel orificio, aún caliente. La sangre humedecía su mano, y un sinfín de sensaciones se extendían por los nervios de sus dedos hasta su cerebro, nuevas sensaciones que nunca antes había sentido inundaron sus neuronas en un torrente de suavidad, calidez y morbo. Abrió los ojos de golpe y sacó bruscamente su mano cuando se dio cuenta que le estaba gustando. Corrió a limpiarse la mano en una de las enormes hojas del suelo, y decidió seguir el camino de baldosas de ajedrez. Al hacerlo, le pareció escuchar una risa felina en el fondo de su cabeza.

Prosiguió su camino en silencio, mirando cada poco su mano izquierda intentando recordar aquel tacto desconocido para ella hasta el momento. Cuando se dió cuenta, había llegado hasta un enorme claro en el que se alzaba una pequeña choza de madera. En la lejanía, cerca de la choza, dos figuras se movían frenéticamente alrededor de lo que parecía una mesa. Apenas podía distinguirlas debido a su miopía, pero entornando los ojos consiguió discernir lo que parecía, esta vez si, una figura humana.


Próxima entrega: En el claro de la locura.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Biopsia de un cerebro bajo tierra

Caminó por aquel extraño bosque repleto de plantas que nunca había visto. Algunos de aquellos troncos tenían el perímetro de veinte hombres con los brazos abiertos. Majestuosos, los gigantescos árboles dejaban caer una suave lluvia de hojas marrones del tamaño de sus dos manos, creando una alfombra multitonal que crepitaba bajo sus pies descalzos. Allá en lo alto, altísimo, quién sabe cuántos pájaros se peleaban por colocar su nido. Los exóticos sonidos embelesaban su mente mientras caminaba por el pequeño sendero de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez. De vez en cuando, a los lados del camino, un seta asomaba su sombrero, aveces azulado, otras verdoso con tintes fucsias, algunas con esperpénticos dibujos de espirales y cuadrículas.

Unos pasos más adelante, Alicia se detuvo. Sobre uno de aquellos enormes hongos, un esquelético animal roía apaciblemente lo que antes, a su parecer, habría sido un conejo blanco.

- Hola. Le dijo el gato. Aquella palabra resonó en su cabeza chirriante como un pensamiento lascivo.
- Hola. -Masculló Alicia, inocente. -¿Qué estás comiendo?- fue lo único que acertó a decir.
- Liebre. Es la hora del té.

Los ojos amarillos del gato la examinaron detenidamente. La piel del gato parecía curtida, tersa y sin pelo, y unas excéntricas rayas negras se enroscaban como tentáculos a lo largo del escuálido cuerpo. Al moverse parecían bailar una danza que solo aquella criatura podía escuchar. En su oreja, un enorme aro plateado relucía a la luz de un opaco sol de otoño. Se relamió y dejó a un lado su merienda.

-No... no hace falta que dejes de comer por mí- dijo Alicia, alterada.
-Traquila, no se moverá de ahí. ¿Qué hace una joven como tú sola en este bosque?
- Me he perdido. ¿Podrías indicarme donde está la salida?
- Podría...- Los labios ensangrentados del gato se abrieron en una satírica sonrisa.
- Y... ¿Me lo vas a decir?
- Primero dime cómo te llamas.
- Julia...
- No tienes cara de llamarte Julia...- El gato se bajó de la seta de un salto, y comenzó a trazar círculos a su alrededor.
- Pues me llamo así. ¿Me vas a decir cómo salir de éste bosque?
- ¿No eres de por aquí, verdad?
- No, no lo soy...
- Entonces, ¿cómo sabes que estás perdida?
- Porque no se donde estoy.- Replicó, nerviosa.
- Estás en el bosque Turgal.
- ¿Dónde?
- En el bosque Turgal,- repitió el gato. -Ahora que sabes donde estás, ya no estarás perdida...
- Lo sigo estando porque no conozco la zona.
- ¿A dónde quieres ir?
- No se... Quiero salir del bosque.
- Entonces da igual hacia donde vayas, llegará un momento que se acabará el bosque y habrás salido.

Aquel animal comenzaba a exasperar a Alicia. Sus miradas, su demacrado aspecto, el hecho de que no parase de moverse, sus preguntas... Todo en sí le inquietaba, y a la vez le atraía. Un halo de misterio envolvía aquel lugar y a aquel espectro. El gato se sentó ante ella, cortándole el paso en el camino de ajedrez. Su mirada era fría, sin embargo parecía encerrar más calidez de la que desprendía su aspecto.

- Pero quiero salir por el camino.
- ¿Por qué?
- Porque supongo que llevará a algún sitio.
- Todos los caminos llevan a algún sitio, aunque seas tú la que empiece a marcarlo. ¿Porqué quieres salir del bosque?
- No lo se... Porque no se donde estoy.
- Si que lo sabes, te lo acabo de decir. Y también te he dicho donde está la salida del bosque. ¿Necesitas algo más?
- ¿Quién eres?
- La pregunta no es "quien eres", si no: "quién quieres creer que soy?". Quien soy es irrelevante. Lo que realmente te importa es quién soy para ti.
- Bien, pues ¿quién eres para mí?
- Un gato que habla.
- ¿Y puedo fiarme de un gato que habla?
- No lo sé, nunca he conocido a ninguno...

Café quemado

Café quemado
quemado del tiempo
ardiendo de vivir,
dulce de cama vacía,
oscuro de corazón roto.
Solo, con hielo,
en vaso, sin asa
para que no haya por donde cogerlo.
Aguado con el agua de mi destino,
frío, amargo, arenoso,
pintado de gris y ocre,
de marrones oscuros y negros.
Café quemado
como tus ojos,
ardientes de vivir,
de mirada dulce de noche vacía,
oscuros de corazón profundo,
solos, helados,
tan blanco su blanco
que el blanco les tiene envidia.
Tan marrón su marrón
que se esconden tras tu piel.
Aguados, en las lágrimas que,
una vez, congeló el tiempo.
Fríos, amargos, arenosos
pintan el mundo de gris y de negro.
Café quemado,
café en silencio.

martes, 6 de septiembre de 2011

Diabetes galopante

El amor está muerto, viva el superego.
Ni cambiaré mi forma de ser,
ni saltaré al vacío, no.
Ni te diré más "tequieros"
ni pienso mirarte por las noches
ni llevarte el desayuno a la cama,
tampoco te echaré de menos en mis sueños
y mis ojos no verán ni una puta lágrima.

Mi cama es más grande vacía que contigo,
y la ducha más caliente, mi movil tiene saldo,
en mi cartera hay algo más de dinero,
mis juergas son más largas,
y "sexo en nueva york" ha desaparecido de mi portatil.
Ahora hay cuatro sitios en mi coche,
en mi diccionario no hay "caris", ni "vidas",
y hablando de vida,
mi vida social bastante más activa,
si ronco nadie me despierta a medianoche,
ya no hay pelos largos en mi almohada,
nadie me abraza y me asa de calor por las noches,
nadie me mata de frío por quitarme las sábanas,
en mi baño hay un cepillo y una cuchilla,
nada de maquillaje, cremas y cinco toallas,
la tele lleva apagada más de tres semanas,
miro a las mujeres que me da la gana.
Quedar con los colegas sí es una excusa para salir,
y la regla no es excusa para quedarse en casa.

Hasta la polla del amor, guardáoslo todo.
No sabéis lo que os perdéis con una vida solitaria.
Amo al desamor, y el desamor me ama.