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Diario en el desierto por Geni Rico se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Sin título

Si no fuera porque hice colocado el viaje por su espalda la noche pasada, diría que no me queda un rincón de ella por exprimir sin que me dé calambre. Déjala que salte y que ría, que es malo matar tanta vida, y entre risa y risa deja que eche una mirada furtiva hacia mi sonrisa, luego a mi ojo derecho, luego al izquierdo, al derecho, al izquierdo otra vez. Y si se duerme, que duerma, que ya me quedo yo despierto por si hace alguna avería, que la hará, porque no se para ni soñando.

Y luego entre sueños que se mire por dentro, y que se diga “¡guapa!”, pa que la miren por fuera y le digan “¡guapa!” y ella piense “¿guapa?”, que las realidades del alma serán más peligrosas que las del cuerpo, pero también son más poderosas. Debería quejarse de oído, que aunque lo tenga muy bueno parece que no escucha las verdades octavadas. Aun así, oye, algo malo tenía que tener ¿no? Aunque sea el oído selectivo pa no creerse los piropos. Pero bueno, déjala que salte, que baile, que cante o que susurre con ese hilo de voz que solo ella sabe poner, y si tal puedes putearla un poco haciéndole cosquillas, que, ten por seguro que parecerá un ángel riendo.

Ya dijo el señor Iniesta que hay que empezar a cantar cosas que empiecen por “sí”, y no por “no”. Y si hay que cantar que sea en do# menor, que aunque suene triste los sostenidos siempre le alegran la vida a uno. Yo mientras tanto, como no se hacer otra cosa, pues tarareo “claro de luna”, que ya vendrán sus manos a enseñarme a tocar. Y yo a cambio le tocaré la cabeza, que no es mucho, pero basta para que duerma bien, y lo agradece.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Sexo sin amor

Creo que tus párpados me vieron
y dijeron a tus ojos que mirasen.
Creo que mis ojos te vieron
Y le dijeron al corazón que no latiese
Y a mi cerebro que dejase de pensar.
En un segundo el mundo fue silencio
Hasta que volvimos a parpadear.
A partir de este momento se hizo de día
Y ya no pude volver a dormir con la luz apagada.
Sigue mirándome que quiero caerme.
Quiero ver si tu alma está tan estropeada como la mía
Y podemos echarnos a perder un poco más,
Porque acabo de darme cuenta
De que eres la mujer perfecta para deshacerme la cama.

Piterpan

Llévame de la mano a Nunca Jamás
A buscar un alba en tus ojos,
A volver a ser un niño sin complejos.
Abrázame y hazme
Encontrar la paz
Otra vez.
Tú. Sí, es a ti,
A quien miro cuando no veo,
A quien siento, deseo, padezco,
Sufro, lloro, espero, demuestro.
Es a ti a quien me bebo cada sábado
Buscando cuatro horas de tus besos,
A cambio de domingos de ibuprofeno.
Te lo digo a ti, y nunca estás
Porque no existes
Y si existieses existirías solo en matrix,
Porque has soltado mi mano
(Si es que alguna vez la cogiste)
Porque has soltado mi mano
y te has ido a Nunca Jamás.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La Duquesa pt.2

- ¿Ersebeth?- repitió Alicia. – ¡Qué nombre tan peculiar!

- ¡Sí! No soy de aquí, ¿sabes? Vine desde Centroeuropa hace años-. La niña miró hacia la mesita de noche donde descansaba la bandeja.

-¿No has comido nada? ¡Estarás hambrienta! Ven conmigo- dijo mientras arrastraba a Alicia de la mano.

- ¡Vale, vale, ya voy!- Rió la joven ante la insistencia de la niña. Se puso los zapatos negros que Ersebeth había comprado para ella y siguió a la niña.

La mansión parecía salida de un cuento de hadas: un enorme pasillo se abría ante ella, con puertas a los laterales que supuso serían más dormitorios. Al pasar junto a una de ellas, algo más pequeña, la pequeña le indicó la situación de uno de los cuatro baños de la planta. Al final del pasillo llegaron a un enorme hall con unas escaleras dignas del Palacio de Buckingham, finamente esculpidas en mármol blanco. La elaborada estatua de un niño abrazando a un cordero decoraba el final de la escalera en su planta. En la planta baja, la escultura de una bella mujer enredada en una serpiente daba la bienvenida a quien subía hacia el piso en el que se encontraban.

Cuando llegó abajo, no salió de su asombro. Enormes cortinas de terciopelo rojo colgaban de ventanales góticos, proyectando su reflejo contra el suelo de mármol blanco. En el techo una gigantesca lámpara de araña amenazaba con desplomar el techo debido al peso del oro que contenía. Giraron hacia la derecha para entrar en un comedor acorde con el tamaño de la casa. En sus paredes colgaban numerosos cuadros de bellas mujeres. Una larga mesa ocupaba el centro de la sala, con tanta comida que habría proporcionado sustento a todo Cheshire. Presidiendo todo aquel derroche de lujo y ostentosidad, un majestuoso cuadro de un varón joven colgaba de la pared tras un trono de caoba.

Alicia detuvo la mirada en aquel cuadro. Representaba a un joven de unos treinta años, de pelo corto y negro. En su cara, asomaba una barba de pocos días, desarreglada pero atractiva, y en su mano portaba una rama de castaño que utilizaba a modo de cayado. Estaba semidesnudo, con su definido cuerpo tapado tan solo por una piel grisácea en la que se dibujaban extrañas formas. El fondo lo rellenaba una geografía paradisíaca que nunca había visto. Era perfecto. No la perfección que se podría esperar de un cuadro pintado. Simplemente, perfecto. Cada detalle de la piel, cada arruga de cara árbol, cada detalle de las nubes parecía estar extraído de la misma realidad. Y la mirada… Aquella mirada evocaba el fuego más ardiente que había llegado a sentir. El brillo de aquellos ojos la dejó encandilada, sumisa, como una fuerza que la atraía hacia ellos, hasta que notó que le tiraban de la falda.

- ¡Venga! ¿No tienes hambre? ¡Come lo que quieras! Ahora bajarán los demás, se alegrarán de verte sana y salva –sonrió Ersebeth.

-¿Los demás? –preguntó Alicia.

-¡Claro! ¿Creías que vivía yo sola aquí? Estarán a punto de bajar.

-¿Él también bajará?-dijo, mirando de nuevo el cuadro.

-No. Él sólo sale por la noche. No le gusta la luz. Por eso tiene ventanas tan grandes, para que nosotros la podamos disfrutar.

-¿Quién es?

-Es mi papá.

-¿Cómo se llama? –preguntó intrigada Alicia.

-Tiene muchos nombres. Él te dirá como debes llamarle. –Ersebeth se acercó a Alicia, como para contarle un secreto. –Es una persona muy importante. Ven, este es tu sitio.

Ersebeth acompañó a Alicia hasta una de las sillas dispuestas a la mesa. Apenas se había sentado, comenzó a entrar gente en la sala. Alicia se levantó con educación. La primera mujer en entrar, una bella joven que contaría los treinta, hizo un ademán con su mano para que se sentase.

-Tranquila, pequeña. Dejemos las cortesías para cuando hayas llenado el estómago.

Acto seguido se dirigió al cabecero de la mesa y se sentó a la izquierda del trono.

-Me llamo Alicia… Muchas gracias por cuidar de mí mientras… -La mujer la cortó llevándose el dedo a los labios. -Come, pequeña. Debes reponer fuerzas. –Su mirada era cálida y amable, casi como la de una madre observando dormir a un hijo. –Buenos días, Ersebeth. ¿Has dormido bien?

-Muy bien, mamá. –sonrió la niña. –Le ha gustado mucho la ropa que le he elegido ¿Verdad que le queda bien?

-Sí, cariño, tienes muy buen ojo. Pero deja comer a nuestra invitada.

Poco a poco, cada silla fue ocupada por una persona, hasta un total de siete sin incluirla a ella.

martes, 13 de diciembre de 2011

La Duquesa pt.1

No recordada cuanto tiempo había estado inconsciente. La pérdida de sangre y la experiencia tan cercana a la muerte que acababa de sufrir habían dejado a Alicia agotada. Cuando recuperó el conocimiento, estaba en una mullida cama, con sábanas de lo que parecía raso negro, suaves como la seda. Sobre ella, un cubrecama de plumas aliviaba sus temblores, fruto del frío que había pasado a la intemperie. A su alrededor, una enorme habitación aparecía en penumbra, iluminada levemente por la luz de la Luna, que se colaba por la ventana a través de unos visillos de gasa.

Apenas recordaba vagamente cómo había escapado. Tras el encuentro con Hatta, se había arrastrado malherida hasta el otro extremo del claro, buscando el camino de baldosas de ajedrez. Al llegar al extremo donde comenzaba el bosque, creía haber visto una extraña sombra rondando a su alrededor, posiblemente producto de su delirio tras la sobredosis de mercurio y el esfuerzo de su fuga. Recordaba, entre mareos, haberse escondido en un pequeño tocón de árbol. Pero no tenía ni la más remota idea de donde se hallaba ahora mismo.

Se incorporó sobre la cama, y notó que un aparatoso vendaje le apretaba alrededor de su torso desnudo. A los lados de la cama, sendos candelabros reposaban en sus respectivas mesillas de noche, apagados. En la mesilla derecha vislumbró una bandeja de plata con lo que parecía ser una taza y unos bollitos. Su primer impulso fue lanzarse a por aquel suculento manjar, pero la experiencia le había enseñado duramente a no fiarse de nada de lo que viese en aquel extraño lugar. Pese a que no sabía si aún seguía en aquel bosque y que la habitación era de lo más acogedora, decidió aguantar el hambre, al menos hasta que tuviese contacto con alguien.

Se levantó de la cama y cuando sus ojos se acostumbraron por competo a la luz, comenzó a caminar por la habitación. Era un cuarto de corte victoriano, de techo alto y elaborada marquetería. La decoración parecía una réplica a tamaño real de los muebles que su madre guardaba en la antigua casita de muñecas que su abuelo le había construido. En las paredes, aparecían mujeres vestidas con elegantes ropas de época y una pose prepotente que parecía escaparse del cuadro. Al fondo vio una pequeña mesa redonda, como de café, con cuatro sillas de elaborada carpintería a su alrededor. Sobre ella, un precioso vestido azul cielo y un mandilón blanco parecían esperarle pacientemente. Poco a poco, la luz del alba comenzó a iluminar la habitación, mostrándole todo su esplendor decimonónico: los colores apagados de la noche empezaron a dar paso a brillos dorados y rojos que abrumaban el cuarto. Las sábanas se mostraron ahora de un bellísimo color rojo pasión, así como la moqueta que cubría el suelo y parte de la pared. El techo descubría la inusitada belleza de un fresco en el que varios querubines jugueteaban entre las nubes. Del centro de la sala colgaba una majestuosa lámpara de araña con ocho brazos de los que colgaban miles de brillantes perlas de cristal milimétricamente pulido. Se acercó a la mesa y comenzó a retirarse la venda para vestirse. Cuando buscó su herida, se sorprendió al encontrar en su lugar tres enormes cicatrices. Decidió vestirse rápidamente cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta.

El pomo giró suavemente, emitiendo un suave ruido de muelles mientras lo hacía. Poco a poco, una pequeña cabeza asomó por la ranura, dejando entrever una larga melena rubia que dirigía su mirada hacia la cama donde había estado diez minutos antes. Cuando giró la cabeza, vio a una hermosa niña de ojos grises y mejillas rojizas con una enorme sonrisa dibujada en su rostro.

- ¡Te has despertado!- exclamó jovial. -¡Fantástico! -. La pequeña, de unos diez años, entró en la habitación corriendo y saltando. El vestido negro y el delantal blanco bailaban al compás de los saltos de la niña. -¿Qué tal te encuentras?

- Bien… Creo…- sonrió Alicia. – ¿Me has dejado tú esta ropa?

-Sí. ¡A que es bonita! La he elegido yo. ¡Te queda muy bien! ¿Te gusta?

- Me encanta, eres muy amable. – Alicia se agachó hasta su altura. Parecía que las cosas tornaban a mejor. –Me llamo Alicia, ¿y tú?

La niña agarró su falda e hizo una majestuosa reverencia.
– Me llamo Bathory. Ersebeth Bathory.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Déjate llevar

Déjate llevar, y volemos hasta un cuarto piso sin ascensor
Para vibrar, sudar, gritar como si no hubiera mañana,
que parezca que tropieza Atlas
y que el mundo se para
fuera de la habitación no queda nada.
No han puesto las calles así que no las busques
No encontrarás nada más allá del alféizar
Deja que la noche alumbre,
Que tus sueños se nublen
Y tus pesadillas se vayan.
Inventa un mapa de Coruña en mi espalda con tus uñas
Y enfríalo en cera caliente y prepárate,
Porque vamos a hacer tantas cosas
Que mañana te dará vergüenza mirarte al espejo.
Yo tengo un pasado, tú buscas un futuro.
Déjame esta noche ser parte de tu presente
Y te prometo que mañana duermes sola.
Déjame hacerte perder los pantalones y la cabeza,
Ya los buscarás mañana
Tirados en alguna esquina con mis cicatrices,
Hoy no tienes prisa así que hipnotízame.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Podría...

Podría decirte tantas cosas bonitas
que mejor me limitaré a follarte
hasta que te sangre el alma,
y ya hablaremos del amor con calma
cuando tenga fuerzas pa mirarte
y le pidamos disculpas a Afrodita.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Sucio

Luna, dile al día
que no me deje llegar borracho,
Que me pongo bukovskiano y no sé lo que escribo
Y desvarío en remolinos
De sábanas frías.

Luna, dile al día
Que me perdone por no mirarle
Por no abrirle la ventana de mis suicidios
De versos prohibidos
Y camas vacías.

Luna, dile al día
Que se invite a una noche
Para hablar con los fantasmas de mi armario
De amor y odio
Y voces dormidas.

Luna, dile al día
Que hoy me limpie la casa
De telarañas creadas por un mundo ficticio
De un cerebro destruido
Que no ve la alegría.